CARLOS GARCIA MANZANO
La realidad se establece como consecuencia de un proceso dialéctico entre relaciones sociales, hábitos tipificados y estructuras sociales, por un lado, e interpretaciones simbólicas, internalización de roles y formación de identidades individuales, por otro; el sentido y carácter de esta realidad es comprendido y explicado por medio del conocimiento
1. La sociedad como realidad objetiva
Para Berger y Luckmann, la sociología del conocimiento debe ocuparse en cómo ese conocimiento interpreta y construye la realidad, fundamentalmente la realidad de los procesos de vida cotidiana. En primer lugar, comienzan este trabajo desde una perspectiva filosófica, a través de un análisis fenomenológico de la vida cotidiana.
Los autores destacan cinco elementos fundamentales que estructuran la tríada realidad interpretada/significado subjetivo/mundo coherente:
a) la conciencia, que define la intención y la búsqueda de objetos;
b) el mundo intersubjetivo, que se comparte con los demás;
c) la temporalidad, como carácter básico de la conciencia (orden temporal);
d) la interacción social, que crea esquemas tipificadores;
e) el lenguaje, como elemento clave objetivo (externo al individuo) que facilita la estructuración del conocimiento en términos de relevancia.
A continuación, los autores entran en el análisis del proceso de construcción de la sociedad como realidad objetiva, del cual destacan dos momentos básicos: la institucionalización y la legitimación.
Berger y Luckmann se confiesan en diversos momentos deudores de las teorías de Mead, y en especial de la formación del yo humano. El ser humano se forma en interacción con su ambiente cultural y el orden cultural y social.
El orden social, sin embargo, no es considerado como externo e impuesto al individuo, sino que aparece a través de una relación dialéctica con éste, como producto humano. La realidad institucionalizada tiene su origen, por tanto, en la tendencia a la habituación del ser humano, tendencia que, por una parte, le facilita estabilidad y, por otra, innovación constante, pues le evita dedicar su esfuerzo a tareas triviales y repetitivas.
Esta institucionalización conlleva la tipificación recíproca de acciones entre los actores, hasta llegar a convertirse en una forma de control social. Posteriormente, este comportamiento institucionalizado se reifica, es decir, se experimenta como una realidad objetiva, externa a la voluntad del individuo.
En síntesis, los autores destacan tres momentos básicos en este proceso:
la sociedad es un producto humano;
la sociedad es una realidad objetiva;
el hombre es un producto social.
Pero para que esta institucionalización se haga efectiva, es indispensable la existencia del lenguaje, es cual “sedimenta y objetiva las experiencias compartidas y las hace accesibles a todos los que pertenecen a la comunidad lingüística”; el lenguaje, por tanto, constituye la base más estable del conocimiento y del medio por el que el mismo se distribuye colectivamente: facilita su comprensión y asimilación.
El conocimiento, desde esta perspectiva, determina el nivel de integración existente en un orden institucional dado: “constituye la dinámica motivadora del comportamiento institucionalizado, define las áreas institucionalizadas del comportamiento y designa todas las situaciones que en ellas caben”.
En este sentido, los roles aparecen como modos de conducta tipificados y, lo que quizá es más importante, como “realización de la distribución social del conocimiento”, al concentrarse en determinado tipo de roles el acceso a cierta clase de conocimiento especializado.
El conocimiento institucionalizado, pues, no se impone de igual forma sobre el conjunto de individuos; además, existe una relación dialéctica entre conocimiento y base social, lo que a menudo da lugar a diversos subuniversos de significado dentro del conjunto social. A este respecto, es muy importante el segundo de los elementos básicos que Berger y Luckmann señalan en la construcción de la realidad objetiva: la legitimación.
También aquí el lenguaje cumple una función imprescindible: como forma de extender la comprensión y el sentido de la realidad de una manera consistente y coherente con la realidad subjetiva de los individuos, y eso tiene lugar, fundamentalmente, a través de la creación de universos simbólicos.
La institucionalización antes citada, para tener visos de permanencia, debe tener sentido, es decir poseer coherencia en sí misma ; pero, además, debe tener sentido subjetivo. La legitimación alcanza entonces cuatro niveles distintos, que los autores categorizan así:
1) un sistema de objetivaciones lingüísticas;
2) proposiciones teóricas en forma rudimentaria;
3) teorías explícitas del orden institucional:
4) universos simbólicos.
Estos últimos son los que organizan coherentemente la posición que ocupa cada uno en el conjunto social, los roles a desempeñar, su propia identidad y el total de relaciones que constituyen la vida cotidiana.
Los universos simbólicos construyen, además, determinados mecanismos que garantizan su permanencia: la mitología, la teología, la filosofía y la ciencia son algunos de los más importantes, y han jugado su papel en determinados períodos históricos.
El poder en sí mismo, su capacidad para imponerse constituye otro mecanismo de mantenimiento; en este sentido, la ideología es para Berger y Luckmann un medio de mantenimiento que sirve a un interés de poder concreto.
2. La sociedad como realidad subjetiva
El segundo gran apartado del libro se centra en la sociedad como realidad subjetiva, comenzando por el modo en que esta realidad reificada es asumida por los individuos, lo que nos lleva inevitablemente al terreno de la socialización.
Berger y Luckmann diferencian dos procesos de socialización distintos, los cuales denominan primario y secundario.
El primario, que tiene lugar durante los primeros años de vida, sirve de base para la comprensión del mundo como un todo compacto e invariable, así como para la comprensión de la vida como un sistema donde uno existe en relación con otros, donde el yo cobra sentido como yo social: asimismo, es una socialización filtrada, es decir, el individuo ocupa un espacio social concreto y en función del mismo y de las relaciones que conlleva se produce una identificación propia, una identidad.
Durante la socialización secundaria, el individuo internaliza submundos diferentes, tiene acceso al conocimiento de una realidad compleja y segmentada. Asimismo, no accede a todo el conocimiento, sino a una parte en función de su rol y posición social: el conocimiento también se segmenta. Esto último ocurre porque los medios de acceso al conocimiento se institucionalizan: es necesario aprender a través de cauces y procesos adecuados.
Esta segunda socialización corre el riesgo de convertir las internalizaciones anteriores en algo vulnerable, situación que se ve minimizada por la existencia de determinados medios de mantenimiento de la realidad, entre los cuales destaca la rutina diaria como afirmación del conocimiento de la vida cotidiana; no obstante, un cambio profundo en la realidad subjetiva puede tener lugar si se produce una reinterpretación radical de los hechos, lo que los autores denominan alternación, mediante un nuevo proceso socializador y legitimador.
La identidad del individuo, como conclusión, se perfila dentro de una realidad objetiva que, aunque es percibida por éste como algo externo, es en realidad un producto humano; surge de la relación dialéctica entre individuo y sociedad: “se forma por procesos sociales (...), es mantenida, modificada o aun reformada por las relaciones sociales”.
3. Comentario personal
Peter Berger y Thomas Luckmann, tal como indican en la introducción, pretender sentar las bases de lo que, a su juicio, debe conformar el objeto de investigación de la sociología del conocimiento.
Todos los anteriores estudios no han sido sino aproximaciones a aspectos concretos y parciales del mismo; no es hasta ahora cuando se inicia la auténtica dimensión propia del objeto de la disciplina: el análisis de la construcción social de la realidad.
Sin embargo, bajo mi punto de vista, la visión fenomenológica de Berger y Luckmann complementa otros trabajos realizados sobre el tema, a los que en modo alguno sustituye.
Y cabe decir eso, fundamentalmente, de la obra de Mannheim Ideología y Utopía, que además de dar el primer gran impulso a la sociología del conocimiento, muestra un interés epistemológico (yo diría que el centro sobre el que gira la obra) que no se observa en ningún momento en el libro presente. Igualmente, el concepto de ideología trazado por Marx (concepto que Berger y Luckmann tratan muy de pasada, supuestamente integrado en las demás formas de conocimiento) es un elemento indispensable a considerar en cualquier aproximación a la disciplina en cuestión.
Por ello, creo que esta obra, La construcción social de la realidad, toma su verdadero sentido cuando se la inserta en el conjunto de aproximaciones que, desde posiciones y perspectivas distintas pero complementarias, ha tratado de abordar el complejo problema del conocimiento.
Tras el apartado que trata la sociedad como un producto específicamente humano, creado a partir de las distintas interrelaciones entre los individuos y de las diversas necesidades que de ello surgen (la sociedad como construcción de los individuos, para los que posteriormente ésta aparecerá reificada y les afectará directamente), aspecto que Marx ya desarrolló en alguna medida a través de sus conceptos de estructura y superestructura, pasan a centrarse en un punto más específico de la sociología del conocimiento: cómo los individuos internalizan, comprenden y organizan todos los aspectos que constituyen la realidad.
Y aquí cabría, a mi juicio, completar y matizar las ideas de Berger y Luckmann sobre socialización, internalización e identidad con el concepto total de ideología Mannheimiano (que trata de abarcar la estructura total del espíritu de un grupo o de una época y que comprende el pensamiento como producto de la vida colectiva en que el individuo participa), la falsa conciencia de Marx (la ideología burguesa y su interpretación interesada y legitimadora del status quo socioestructural) e incluso el concepto de verdad como mentira colectiva de Nietszche (la vida en sociedad hace necesaria la conversión de lo que no son sino meras abstracciones, reducciones metonímicas de una realidad compleja e inaprehensible para el lenguaje, en verdades para todos). A este respecto, y a diferencia de la obra cita de Mannheim, Berger y Luckmann de ninguna manera pretender aproximarse al contenido de verdad o de mentira del pensamiento, y es que para ellos “el interés sociológico en materia de realidad y conocimiento se justifica así inicialmente por el hecho de su relatividad social”.
Sin embargo, a mi entender, resulta mucho más sugerente el término relacional que Mannheim utiliza para comprender el pensamiento con respecto al período histórico en el que surge y al substrato social del que emerge, y que va mucho más allá de la mera relatividad.
En resumen, la aproximación fenomenológica de Berger y Luckmann, aunque de interés por sí misma, precisaría ser complementada con otras proposiciones teóricas que concretan aspectos muy sutilmente esbozados en este trabajo, que deja de lado temas tan atractivos como el conocimiento científico (al que los autores aluden como conocimiento especializado, pero de cuyo fundamento nada hablan) y el carácter ideológico (y su correspondiente base material) de gran parte del pensamiento, aunque su propósito fundamental se centre en el conocimiento de la vida cotidiana.
BIBLIOGRAFÍA:
BERGER, P. y LUCKMANN, T (1968): La construcción social de la realidad. Amorrortu, Buenos Aires.
MARX, Karl (1971): El Capital. F.C.E. México
MARX, Karl (1974): La ideología alemana. Grijalbo, Barcelona
MANNHEIM, Karl (1941): Ideología y utopía. F.C.E. México
NIETZSCHE, Friedrich (1990): Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Tecnos, Madrid
La realidad se establece como consecuencia de un proceso dialéctico entre relaciones sociales, hábitos tipificados y estructuras sociales, por un lado, e interpretaciones simbólicas, internalización de roles y formación de identidades individuales, por otro; el sentido y carácter de esta realidad es comprendido y explicado por medio del conocimiento
1. La sociedad como realidad objetiva
Para Berger y Luckmann, la sociología del conocimiento debe ocuparse en cómo ese conocimiento interpreta y construye la realidad, fundamentalmente la realidad de los procesos de vida cotidiana. En primer lugar, comienzan este trabajo desde una perspectiva filosófica, a través de un análisis fenomenológico de la vida cotidiana.
Los autores destacan cinco elementos fundamentales que estructuran la tríada realidad interpretada/significado subjetivo/mundo coherente:
a) la conciencia, que define la intención y la búsqueda de objetos;
b) el mundo intersubjetivo, que se comparte con los demás;
c) la temporalidad, como carácter básico de la conciencia (orden temporal);
d) la interacción social, que crea esquemas tipificadores;
e) el lenguaje, como elemento clave objetivo (externo al individuo) que facilita la estructuración del conocimiento en términos de relevancia.
A continuación, los autores entran en el análisis del proceso de construcción de la sociedad como realidad objetiva, del cual destacan dos momentos básicos: la institucionalización y la legitimación.
Berger y Luckmann se confiesan en diversos momentos deudores de las teorías de Mead, y en especial de la formación del yo humano. El ser humano se forma en interacción con su ambiente cultural y el orden cultural y social.
El orden social, sin embargo, no es considerado como externo e impuesto al individuo, sino que aparece a través de una relación dialéctica con éste, como producto humano. La realidad institucionalizada tiene su origen, por tanto, en la tendencia a la habituación del ser humano, tendencia que, por una parte, le facilita estabilidad y, por otra, innovación constante, pues le evita dedicar su esfuerzo a tareas triviales y repetitivas.
Esta institucionalización conlleva la tipificación recíproca de acciones entre los actores, hasta llegar a convertirse en una forma de control social. Posteriormente, este comportamiento institucionalizado se reifica, es decir, se experimenta como una realidad objetiva, externa a la voluntad del individuo.
En síntesis, los autores destacan tres momentos básicos en este proceso:
la sociedad es un producto humano;
la sociedad es una realidad objetiva;
el hombre es un producto social.
Pero para que esta institucionalización se haga efectiva, es indispensable la existencia del lenguaje, es cual “sedimenta y objetiva las experiencias compartidas y las hace accesibles a todos los que pertenecen a la comunidad lingüística”; el lenguaje, por tanto, constituye la base más estable del conocimiento y del medio por el que el mismo se distribuye colectivamente: facilita su comprensión y asimilación.
El conocimiento, desde esta perspectiva, determina el nivel de integración existente en un orden institucional dado: “constituye la dinámica motivadora del comportamiento institucionalizado, define las áreas institucionalizadas del comportamiento y designa todas las situaciones que en ellas caben”.
En este sentido, los roles aparecen como modos de conducta tipificados y, lo que quizá es más importante, como “realización de la distribución social del conocimiento”, al concentrarse en determinado tipo de roles el acceso a cierta clase de conocimiento especializado.
El conocimiento institucionalizado, pues, no se impone de igual forma sobre el conjunto de individuos; además, existe una relación dialéctica entre conocimiento y base social, lo que a menudo da lugar a diversos subuniversos de significado dentro del conjunto social. A este respecto, es muy importante el segundo de los elementos básicos que Berger y Luckmann señalan en la construcción de la realidad objetiva: la legitimación.
También aquí el lenguaje cumple una función imprescindible: como forma de extender la comprensión y el sentido de la realidad de una manera consistente y coherente con la realidad subjetiva de los individuos, y eso tiene lugar, fundamentalmente, a través de la creación de universos simbólicos.
La institucionalización antes citada, para tener visos de permanencia, debe tener sentido, es decir poseer coherencia en sí misma ; pero, además, debe tener sentido subjetivo. La legitimación alcanza entonces cuatro niveles distintos, que los autores categorizan así:
1) un sistema de objetivaciones lingüísticas;
2) proposiciones teóricas en forma rudimentaria;
3) teorías explícitas del orden institucional:
4) universos simbólicos.
Estos últimos son los que organizan coherentemente la posición que ocupa cada uno en el conjunto social, los roles a desempeñar, su propia identidad y el total de relaciones que constituyen la vida cotidiana.
Los universos simbólicos construyen, además, determinados mecanismos que garantizan su permanencia: la mitología, la teología, la filosofía y la ciencia son algunos de los más importantes, y han jugado su papel en determinados períodos históricos.
El poder en sí mismo, su capacidad para imponerse constituye otro mecanismo de mantenimiento; en este sentido, la ideología es para Berger y Luckmann un medio de mantenimiento que sirve a un interés de poder concreto.
2. La sociedad como realidad subjetiva
El segundo gran apartado del libro se centra en la sociedad como realidad subjetiva, comenzando por el modo en que esta realidad reificada es asumida por los individuos, lo que nos lleva inevitablemente al terreno de la socialización.
Berger y Luckmann diferencian dos procesos de socialización distintos, los cuales denominan primario y secundario.
El primario, que tiene lugar durante los primeros años de vida, sirve de base para la comprensión del mundo como un todo compacto e invariable, así como para la comprensión de la vida como un sistema donde uno existe en relación con otros, donde el yo cobra sentido como yo social: asimismo, es una socialización filtrada, es decir, el individuo ocupa un espacio social concreto y en función del mismo y de las relaciones que conlleva se produce una identificación propia, una identidad.
Durante la socialización secundaria, el individuo internaliza submundos diferentes, tiene acceso al conocimiento de una realidad compleja y segmentada. Asimismo, no accede a todo el conocimiento, sino a una parte en función de su rol y posición social: el conocimiento también se segmenta. Esto último ocurre porque los medios de acceso al conocimiento se institucionalizan: es necesario aprender a través de cauces y procesos adecuados.
Esta segunda socialización corre el riesgo de convertir las internalizaciones anteriores en algo vulnerable, situación que se ve minimizada por la existencia de determinados medios de mantenimiento de la realidad, entre los cuales destaca la rutina diaria como afirmación del conocimiento de la vida cotidiana; no obstante, un cambio profundo en la realidad subjetiva puede tener lugar si se produce una reinterpretación radical de los hechos, lo que los autores denominan alternación, mediante un nuevo proceso socializador y legitimador.
La identidad del individuo, como conclusión, se perfila dentro de una realidad objetiva que, aunque es percibida por éste como algo externo, es en realidad un producto humano; surge de la relación dialéctica entre individuo y sociedad: “se forma por procesos sociales (...), es mantenida, modificada o aun reformada por las relaciones sociales”.
3. Comentario personal
Peter Berger y Thomas Luckmann, tal como indican en la introducción, pretender sentar las bases de lo que, a su juicio, debe conformar el objeto de investigación de la sociología del conocimiento.
Todos los anteriores estudios no han sido sino aproximaciones a aspectos concretos y parciales del mismo; no es hasta ahora cuando se inicia la auténtica dimensión propia del objeto de la disciplina: el análisis de la construcción social de la realidad.
Sin embargo, bajo mi punto de vista, la visión fenomenológica de Berger y Luckmann complementa otros trabajos realizados sobre el tema, a los que en modo alguno sustituye.
Y cabe decir eso, fundamentalmente, de la obra de Mannheim Ideología y Utopía, que además de dar el primer gran impulso a la sociología del conocimiento, muestra un interés epistemológico (yo diría que el centro sobre el que gira la obra) que no se observa en ningún momento en el libro presente. Igualmente, el concepto de ideología trazado por Marx (concepto que Berger y Luckmann tratan muy de pasada, supuestamente integrado en las demás formas de conocimiento) es un elemento indispensable a considerar en cualquier aproximación a la disciplina en cuestión.
Por ello, creo que esta obra, La construcción social de la realidad, toma su verdadero sentido cuando se la inserta en el conjunto de aproximaciones que, desde posiciones y perspectivas distintas pero complementarias, ha tratado de abordar el complejo problema del conocimiento.
Tras el apartado que trata la sociedad como un producto específicamente humano, creado a partir de las distintas interrelaciones entre los individuos y de las diversas necesidades que de ello surgen (la sociedad como construcción de los individuos, para los que posteriormente ésta aparecerá reificada y les afectará directamente), aspecto que Marx ya desarrolló en alguna medida a través de sus conceptos de estructura y superestructura, pasan a centrarse en un punto más específico de la sociología del conocimiento: cómo los individuos internalizan, comprenden y organizan todos los aspectos que constituyen la realidad.
Y aquí cabría, a mi juicio, completar y matizar las ideas de Berger y Luckmann sobre socialización, internalización e identidad con el concepto total de ideología Mannheimiano (que trata de abarcar la estructura total del espíritu de un grupo o de una época y que comprende el pensamiento como producto de la vida colectiva en que el individuo participa), la falsa conciencia de Marx (la ideología burguesa y su interpretación interesada y legitimadora del status quo socioestructural) e incluso el concepto de verdad como mentira colectiva de Nietszche (la vida en sociedad hace necesaria la conversión de lo que no son sino meras abstracciones, reducciones metonímicas de una realidad compleja e inaprehensible para el lenguaje, en verdades para todos). A este respecto, y a diferencia de la obra cita de Mannheim, Berger y Luckmann de ninguna manera pretender aproximarse al contenido de verdad o de mentira del pensamiento, y es que para ellos “el interés sociológico en materia de realidad y conocimiento se justifica así inicialmente por el hecho de su relatividad social”.
Sin embargo, a mi entender, resulta mucho más sugerente el término relacional que Mannheim utiliza para comprender el pensamiento con respecto al período histórico en el que surge y al substrato social del que emerge, y que va mucho más allá de la mera relatividad.
En resumen, la aproximación fenomenológica de Berger y Luckmann, aunque de interés por sí misma, precisaría ser complementada con otras proposiciones teóricas que concretan aspectos muy sutilmente esbozados en este trabajo, que deja de lado temas tan atractivos como el conocimiento científico (al que los autores aluden como conocimiento especializado, pero de cuyo fundamento nada hablan) y el carácter ideológico (y su correspondiente base material) de gran parte del pensamiento, aunque su propósito fundamental se centre en el conocimiento de la vida cotidiana.
BIBLIOGRAFÍA:
BERGER, P. y LUCKMANN, T (1968): La construcción social de la realidad. Amorrortu, Buenos Aires.
MARX, Karl (1971): El Capital. F.C.E. México
MARX, Karl (1974): La ideología alemana. Grijalbo, Barcelona
MANNHEIM, Karl (1941): Ideología y utopía. F.C.E. México
NIETZSCHE, Friedrich (1990): Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Tecnos, Madrid
1 comentario:
Me estoy iniciando en la Sociologia, y estoy terminado precisamente este libro que comentas, me ha parecido un resumen muy bien estructurado y claro, ya que esta obra es algo complicada de asimilar en un primer momento, gracias, le sigo a partir de ahora.
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