viernes, 6 de marzo de 2009

Corporativismo


1. m. Doctrina política y social que propugna la intervención del Estado en la solución de los conflictos de orden laboral, mediante la creación de corporaciones profesionales que agrupen a trabajadores y empresarios. [1]
2. m. En un grupo o sector profesional, tendencia abusiva a la solidaridad interna y a la defensa de los intereses del cuerpo.[2]
A diferencia del corporativismo gremial clásico, el actual corporativismo es una doctrina que defiende un sistema económico basado en la unificación, mediante corporaciones dentro del Estado, de todas las organizaciones sindicales: empresariales, laborales, profesionales, etc. Es una forma de organización socioeconómica por parte de regímenes nacionalsocialistas, y que hizo énfasis en el sindicato y la economía planificada.
El término debe distinguirse del que se usa con sentido peyorativo para designar cualquier política intervencionista de un gobierno diseñada para favorecer a las corporaciones, entendiendo en este caso por «corporación» su otra acepción terminológica que refiere a las sociedades anónimas características de los sistemas capitalistas modernos.


Principales características económicas del corporativismo [editar]
El corporativismo en su forma contemporánea se caracteriza por la rígida intervención del Estado conformado por los representantes de los gremios en las relaciones productivas. Los representantes de los gremios, son quienes asumen la actividad política en la sociedad y dictan las leyes específicas que atañen a cada sector.
Para la participación a todos los niveles económicos, se plantea la creación de sindicatos verticales que permitan el control. Es central también en ella la búsqueda del Bien Común y del interés nacional, poniendo bajo el control del Estado las regulaciones de las relaciones laborales.

Características políticas de los regímenes que acogen el corporativismo como sistema político-económico [editar]
En el sistema corporativo no hay partidos políticos, ni un partido único, sino que todos los ciudadanos tienen una participación política desde la actividad económica que desarrollan en la sociedad. Desde tal condición, votan a sus pares, para designar a los mejores como representantes.
Así, el Estado es conducido por los dirigentes gremiales, que se articulan en una pirámide jerárquica, y cuyos miembros reciben instrucción militar. El valor de lo tradicional es muy importante para este tipo de regímenes. Conlleva una reivindicación de las virtudes y los valores tradicionales. Se trata de la reinstauración de asociaciones del Antiguo Régimen, así como la actualización del orden social medieval, intentando llegar a una sociedad tradicional.
Esta propuesta nada tiene que ver con el socialismo utópico, y tiene una clara oposición al Marxismo y a las revoluciones anarcosindicalistas. Estos regímenes buscan la continuidad del Estado basado en la Verdad y la Patria, concebida como la Historia misma de la Patria basada en la Verdad.

Principales corrientes ideológicas que defienden el corporativismo como sistema económico [editar]
El corporativismo fue propuesto por primera vez en la encíclica Rerum Novarum por el Papa León XIII (1891) como respuesta ideológica a los sindicatos socialdemocratas y se hizo popular durante el gobierno de Getúlio Vargas en Brasil, en los años 20 y 30, cuando asuntos de bienestar social se hicieron importantes.
En Portugal la Constitución de 1933 -escrita durante la dictadura de Salazar- resulta ser la primera constitución corporativista en el mundo.
El fascismo actualizó en parte la base ideológica para el sistema corporativista. Mussolini provenía de la órbita socialista italiana y gran parte de los principios del fascismo en el campo de la economía eran adaptaciones marxistas a su ideología nacionalista. El apoyo del capitalismo al fascismo italiano fue en parte debido al miedo que tenían a la revolución socialista. Por eso Mussolini no pudo nacionalizar la totalidad de la economía, para no perder apoyos en su principal fuente de ingresos, pero sí que introdujo en la economía de la Italia fascista multitud de elementos de intervención que sentaron las bases del corporativismo.
Hitler también se vio atraído por las ideas de Mussolini, y no tardó en mandar a sus hombres que adaptaran las ideas económicas del fascismo a la situación del III Reich. La base económica del nacionalsocialismo era corporativista en el mismo sentido que el fascismo italiano.
Sin embargo, ninguno de estos regímenes implementó el corporativismo como régimen político.

El corporativismo de la segunda mitad del siglo XX [editar]
Falazmente, muchas políticas que se llevan a cabo en el mundo occidental liberal, son llamadas corporativistas, pero estas, nada tiene que ver con un sistema político y económico corporativista.
Como ejemplo, se pueden observar las siguientes situaciones:
Cada día son más frecuentes las intervenciones de las instituciones gubernamentales en los mercados, para corregir fallos de mercado, pero extralimitándose en ese objetivo y llegando a una completa regulación e intervención de la economía.
Se observa en los últimos años, cómo los presupuestos de los Estados, van aumentando cada vez más y cómo la participación estatal en la economía, es más grande, creando una dependencia fuerte de los agentes económicos al estado. Sectores como; investigación y desarrollo, el comercio internacional, el gasto militar, las políticas energéticas, el mercado laboral, tienen una mayor importancia en el presupuesto de los estados y están cada vez más intervenidos.


Corporativismo:
Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe S.A., Madrid:
corporativismo
m. Doctrina que propugna la organización de la sociedad en corporaciones que agrupen a patronos, técnicos y obreros por profesiones y no por clases sociales:el corporativismo nació como una reacción al liberalismo en el siglo xix.


¿Corporativismo?O Confusion con creatividad?Uniersidad de Navarra
























ETIMOLOGIAS
CORPORATIVISMO
Hay palabras que son metáforas muy acertadas, en las que no reparamos por lo habituados que estamos a ellas y porque no tenemos nombres alternativos con que comparar. No sabríamos con qué otra palabra expresar el concepto de organización; seguramente por eso nos cuesta caer en la cuenta de que viene de órgano; de que al hablar de organización nos referimos a una construcción tal de las cosas, que en su estructura y funcionamiento imitan a los órganos. Del mismo modo cuando hablamos de corporación tomamos como referente el cuerpo (en latín corpus). La imagen que pretende transmitir esta palabra es que entre muchos elementos en origen dispersos, se forma un cuerpo, de manera que los componentes del mismo han perdido ya su independencia y autonomía para pasar a ser miembros de ese cuerpo. De donde se infiere que por sí mismos no son nada, como no es nada un miembro arrancado del cuerpo, por muy valioso e importante que sea en él. Ya puede ser la cabeza el centro de dirección de todo el cuerpo, que separada de él no vale nada, pues ya no puede funcionar como tal, y por lo demás en muy poco tiempo hasta dejará de ser cabeza, porque se pudre.
Los romanos tenían ya el término col.legium para referirse a cualquier género de agrupación, empezando por los mismos colegios sacerdotales. Sin embargo encontramos en alguna inscripción el término corporatus para referirse al miembro de una corporación, colegio o cofradía. Es el participio pasado del verbo corporare, que significa las más de las veces dar o tomar un cuerpo, formarse. Eso es señal de que en el latín vulgar relegaron la idea de recoger o juntar a la que se refiere el col.legium del latín culto, para pasarse a la imagen del cuerpo, una metáfora sin duda más sugerente. Conocieron el adjetivo corporativus, pero con el significado de fortificante, que da cuerpo o hace por el cuerpo. Asimismo el sustantivo corporatio también lo emplearon, pero con el significado de naturaleza corporal. Nada que ver por tanto con la corporación y lo corporativo, que tienen ya plena entidad en la edad media.
Partiendo pues de la corporación, que de hecho se refiere a la formación de un cuerpo, se pasa al adjetivo corporativo, que es todo aquello que tiene que ver con la corporación; y de ahí, con la desinencia –ismo propia de doctrinas, tendencias y sistemas, pasamos al corporativismo, que es el espíritu de cuerpo, esa actitud de defensa a ultranza de todo aquel o aquello que tenga que ver con la corporación. Esta actitud se entiende porque históricamente las corporaciones profesionales, luego llamadas también gremios, hermandades o colegios, tenían el monopolio de su respectivo ámbito y lo defendían a ultranza. Lo singular es que siendo esta actitud propia de todas las formas de asociación se eligiese este término para referirse a todos ellos. Existe también la palabra gremialismo, que significa más la inclinación a formar gremios, que la actitud que caracteriza al corporativismo, que es impedir por todos los medios que sea tocado ni uno solo de sus miembros, de hacer piña en torno a cualquier miembro que sea atacado, porque se siente atacada en él toda la corporación. Exactamente igual que reacciona el cuerpo cuando es atacado cualquiera de sus miembros.

CORPORATIVISMO Y FASCISMO

El fascismo visto desde la derecha (IX) El corporativismo fascista

Biblioteca Evoliana.- Evola percibe en la doctrina corporativa del fascismo un elemento positivo en tanto que aspira a superar uno de los elementos más importantes en la lucha de clases: el sindicalismo. Harina de otro costal es si el fascismo apuró hasta las últimas consecuencias esta tendencia. Es discutible que así fuera y que se lograra superar la contradicción entre capital y trabajo. Pero lo importante del corporativismo es que ancla sus raices en unas estructuras propias de la sociedad tradicional y, especialmente, de las sociedades indoeuropeas, en la que los representantes de la "función productiva" se organizaban en gremios y corporaciones que, incluso, eran propietarios de los medios de producción.

EL CORPORATIVISMO FASCISTA


Vamos a estudiar ahora el principio corporativismo bajo el ángulo socio‑económico y no político. A este respecto igualmente el fascismo recupera, en cierta medida, un principio de la herencia tradicional, del de la "corporación", comprendida como una unidad de producción orgánica, no rota por el espíritu de clase y la lucha de clases. En efecto, la corporación, tal como ha existido en el marco del artesano y ante la industrialización a ultranza y tal como, partiendo del mejor período de la Edad Media, se había continuado en el tiempo (es significativo que su abolición fuese una de las primeras iniciativas de la Revolución Francesa), ofrece un esquema que, a condición de ser corregido de manera adecuada, podía servir ‑pudiendo servir aun hoy‑ de modelo para una acción general de reconstrucción apoyándose sobre el principio orgánico. De hecho, en el fascismo no juega este papel más que hasta cierto punto, en razón sobre todo de los residuos de los orígenes que se habían mantenido en el Ventennio. Se trata aquí esencialmente del sindicalismo, que continúa ejerciendo en Mussolini una fuerte influencia y sobre los elementos próximos a él.
Bajo su aspecto típico de organización superadora del marco de la empresa, el sindicato es efectivamente inseparable de la concepción marxista de lucha de clases y, por consecuencia, de la visión materialista global de la sociedad. Es una especie de Estado en el Estado y corresponde pues a uno de los aspectos de un sistema donde la autoridad del Estado está disminuida. La "clase" que se organiza en sindicato es una parte de la nación que intenta hacerse justicia y que pasa a la acción directa bajo formas que revelan a menudo chantaje, a pesar del reconocimiento que esta acción puede extraer: el "derecho sindical" en el fondo no es otra cosa que un derecho substraído de la esfera del derecho verdadero que solo el estado soberano debería administrar. Se sabe que en Sorel, al cual Mussolini había admirado mucho en los inicios, el sindicalismo toma un valor directamente revolucionario y se refiere a un "mito" o a una idea‑fuerza general.
De otra parte, se sabe que en algún régimen no íntegramente socialista o en cada régimen donde el capitalismo y la inicitativa privada no están abolidos, el sindicalismo provoca una situación caótica, inorgánica e inestable.
La lucha entre las categorías de trabajadores y los empleados por el arma de la huelga y otras formas de chantaje de parte de estos ‑con las defensas, convertidas cada vez en más raras y débiles, por parte de los segundos, y los LOCK OUT‑ se fracciona en presiones y enfrentamientos parciales, cada asociación categorial no se ocupa más que de intereses, no queriendo saber nada de los desequilibrios que sus reivindicaciones particulares puedan entrañar en el conjunto y menos aún del interés general; el todo, habitualmente, está cargado sobre el Estado y el gobierno que se encuentra así forzado a correr aquí y allí para tapar agujeros y poner en pie, golpe a golpe, la estructura tambaleante e inestable.
A menos de creer en el milagro de alguna "armonía prestablecida" de tipo leibnitziano, no puede concebirse que en una sociedad donde el Estado ha cedido siempre más adelante del sindicalismo como fuerza auto‑organizada, la economía pueda sobrevivir un curso normal; puede pensarse, por el contrario, que en razón de la multiplicidad de los problemas y de los conflictos, la situación se volverá tal que al fin la única solución razonable será hacer tabla rasa y aceptar la solución íntegramente socialista como la única capaz de instaurar, a través de una planificación total, un principio de orden y disciplina. La situación de Italia en el momento en que escribimos estas líneas puede servir de ejemplo más elocuente a esta verdad.
Gracias al corporativismo, el fascismo quiere pues superar el estado creado por el sindicalismo y la lucha de clases. Se trataría de restablecer la unidad de los diferentes elementos de la actividad productiva, unidad comprometida, de un lado por las desviaciones y las prevaricaciones del capitalismo tardío, de otra por la intoxicación marxista difundida en las masas obreras, excluyendo la solución socialista y reafirmando, por el contrario, la autoridad del Estado como regulador y guardián de la justicia, comprendida sobre el plano económico y social. Pero, como ya hemos dicho, esta reforma inspirada en un principio orgánico se detiene a medio camino en el corporativismo fascista y en su práctica; se va no hasta las raices del mal sino a sus efectos. Esto pudo producirse por que el fascismo del Ventennio no tuvo el valor de tomar una posición netamente antisindicalista.
El sistema intuyó por el contrario que, sobre el plano legislativo, sería positiva la institución de un doble frente de empleados y empresarios, dualidad que no fue superada en la medida en que habría sido preciso, es decir, en el marco de la empresa misma, en medio de una nueva estructuración orgánica de esta (en el sentido de "estructura interna"), sino en las superestructuras estatales generales, afectadas por un pesado centralismo burocrático y, en la práctica, a menudo, parasitarias e ineficaces.
Los aspectos más calamitosos del sistema precedente eran bien eliminados con la prohibición de la huelga y del "lock‑ out", con una reglamentación de los contratos de trabajo y de las formas de control, impidiendo así lo que hemos llamado el anarquismo reivindicativo; ahora bien, se trató siempre de una reglamentación externa, a lo más arbitraria, que no se desarrolló en la vida concreta de la economía.
Mussolini, sin embargo, indicando como hemos visto, una tensión ideal particular, y subrayando el carácter no solamente económico sino también ético de la corporación había tenido el sentimiento preciso del punto donde habría debido iniciarse la reforma corporativa: lo esencial, era un nuevo clima que actuara de forma directa y formadora en las empresas, devolviéndoles su carácter tradicional de "corporaciones". En primer lugar, una acción sobre las mentalidades entraba pues en el capítulo de las necesidades: de un lado era preciso desproletarizar al obrero y arrancarlo del marxismo; de otro, era preciso destruir la mentalidad puramente "capitalista" del empresario.
Puede anotarse que en regla general fue más bien el nacional‑ socialismo alemán quien avanzó claramente en la dirección justa, tradicional e incluso el movimiento contra‑revolucionario español (falangismo) y portugués (constitución de Salazar). En el caso de Alemania, debe también pensarse a este respecto en la influencia ejercida por el mantenimiento de estructuras más antiguas regidas por una cierta actitud y una cierta tradición, por el contrario inexistentes en Italia, influencias que debían proseguir incluso tras el hundimiento del hitlerismo y la eliminación formal de la legislación nacional‑socialista del trabajo, a la cual se debió esencialmente lo que ha sido llamado milagro "económico", el relevo rápido y la recuperación de Alemania Federal tras la gran catástrofe.
El nacional‑socialismo prohibió los sindicatos ‑tal como veremos más adelante en las NOTAS SOBRE EL TERCER REICH‑ tendiendo a superar la lucha de clases y el dualismo correspondiente EN EL INTERIOR mismo de la empresa, en el interior de CADA empresa de cierta dimensión, dándose una formación orgánica y jerárquica en vistas a una estrecha cooperación: reproduciendo incluso en la empresa el esquema que el régimen había propuesto para el estado.
Una vez concebida la empresa como una "comunidad" (que podía corresponder a la comunidad de la antigua corporación), se reconocía en efecto al jefe de empresa, de forma análoga, una función de FUHRER, su título era BETRIEBS FUHRER ("Jefe de Empresa"), mientras que los obreros eran llamados su GEFOLGSCHAFT, término que podría traducirse literalmente por "continuación", es decir, un conjunto de elementos asociados que debían ser unidos por un sentimiento de solidaridad, de subordinación jerárquica y fidelidad. (Esta "reciprocidad de derechos y deberes", que según la carta del Trabajo fascista (párrafo VII) habría debido derivar de la "colaboración de las fuerzas productivas", era así referida a algo viviente que, solo podía darle un fundamento sólido; y puede decirse que podía afirmarse de esta suerte, contra la mentalidad marxista y materialista, sobre el plano amplio, ético y viril, del que hemos hablado precedentemente.
En cuanto al papel mediador y moderador y al principio político en tanto que exigencia superior posible, a este respecto igualmente se permanecía, en Alemania, en el interior de la empresa; las tareas confiadas en Italia a los órganos corporativos fascistas del estado debían ser realizados aquí, sobre una escala adecuada, por delegados políticos destacados en las empresas teniendo el poder de reglamentar los conflictos, de hacer recomendaciones y modificar eventualmente la reglamentación en vigor, haciendo valer principios superiores. El nombre mismo de la más alta instancia de este sistema, el "Tribunal del Honor Social", pone de nuevo de relieve el aspecto ético que la solidaridad en cada empresa debía esencialmente revestir.
Igualmente para el sistema fascista, el principio del sistema en cuestión era la responsabilidad del empresario ante el Estado para la orientación de la producción como contrapartida del reconocimiento de su libre iniciativa. Y aquí, las consecuencias y consideraciones que hemos hecho ya sobre el antitotalitarismo y la descentralización podrían muy bien ser recordadas: la libertad y la libre empresa pueden ser concebidas tanto más ampliamente cuando el poder central es un centro de gravedad a los cuales se está ligado por un lazo inmaterial, ético ‑antes que por una norma positiva cualquiera, contractual y obligatoria‑ son más fuertes. En el ejemplo alemán, las empresas bajo su nueva forma de unidades corporativas, no unidas más que en el conjunto del "Frente del Trabajo".
Puede señalarse que una orientación del mismo género había sido seguida en España: la dirección de una reconstrucción orgánica de la empresa en el interior de esta. Aquí también, no se tenía al empresario como opuesto al trabajador en una especie de guerra fría permanente, sino la solidaridad jerárquica.
En el esquema original de la corporación "vertical", el empresario tomaba el carácter de un jefe ‑EL JEFE DE EMPRESA‑ tenía a su lado a los JURADOS DE EMPRESA, como órgano consultivo y que correspondería, si se desea, a las comisiones internas, y a los sindicatos tal como existieron en un primer momento en los EEUU (sindicatos de empresa o de complejos industriales, no organización de categorías en el interior de la empresa), aquí igualmente eran puestos de relieve un principio de colaboración y de lealismo antes que de simple defensa de los intereses obreros.
Es preciso contemplar brevemente los desarrollos que el segundo fascismo, el de la República Social de Saló intentó dar a la reforma corporativa. Pueden constatarse a este respecto dos aspectos opuestos. En efecto, de un lado podría pensarse en un paso adelante realizado en la dirección señalada anteriormente, porque se da un relieve particular a la figura del jefe de empresa y en regla general se contempla la creación en las empresas de "consejos de gestión" mixtos que habrían podido estar orientados en el sentido de un régimen de cooperación orgánica, naturalmente en los terrenos donde no era absurdo pedir consejo a un profano (problemas técnicos particularmente especializados o de alta gestión).
Pero el rasgo más audaz y revolucionario, en el Manifiesto de Verona que se convirtió en carta magna del nuevo fascismo, fue el ataque contra el capitalismo parasitario, pues el reforzamiento de la autoridad y de la dignidad del jefe de empresa no era reconocido por éste, quien, siendo el "primer trabajador", es decir, el empresario capitalista comprometido, no el capitalista especulador ajeno a los procesos de producción y simple beneficiario de los dividendos (no es más que en referencia a este segundo tipo que puede en efecto justificarse, al menos en parte, la polémica marxista). Se podía pensar aquí también en una recuperación del modelo de la antigua corporación, donde el "capital" y la propiedad de los medios de producción no eran un elemento ajeno o separado de la unidad de producción, sino que estaban comprometidos en esta en la persona misma de los artesanos.
Pero la contrapartida negativa de esta legislación del trabajo del segundo fascismo es visible sobre dos puntos. El primero concierne a la "socialización", con la cual se va muy lejos y donde se manifiesta una tendencia demagógica, incluso si esta "socialización" partía de una exigencia orgánica. No puede excluirse aquí la posibilidad de una inflexión debida a objetivos tácticos: en la situación crítica, por no decir desesperada en que se encuentra el fascismo de Saló, Mussolini intentó quizás todos los medios para ganarse la simpatía de la clase obrera, que volvía irresistiblemente a la órbita de las ideologías de izquierda.
Se podría pues hablar de un intento de apertura comprendida como un medio para prevenir a la izquierda propiamente dicha. Pero la socialización, en sí, no puede sino representar una agresión de abajo contra la empresa y, fuera de absurdos de orden técnico y funcional, sobre los cuales no podemos detenernos aquí mucho tiempo, es evidente que no responde a la exigencia legítima que podía haberla inspirado a causa de una unilateralidad manifiesta.
De hecho, la principal sugestión del sistema propuesto por este aspecto de la legislación fascista republicana se refería a la participación de trabajadores y empleados en los beneficios de la empresa, cosa que, en sí misma, dentro de ciertos límites, podía incluso ser una justa limitación de las posibilidades dejadas a un capitalismo explotador y acumulador de beneficios. Pero para hacer desaparecer estos aspectos seductores del sistema, habría bastado con poner en evidencia que, si se quería crear un régimen de solidaridad verdadera, la participación en los beneficios habría debido tener como contrapartida natural la participación de los obreros en el eventual déficit, con una reducción lógica de los salarios y de los beneficios: solidaridad en la buena y en la mala fortuna.
Y esto habría ya bastado para enfriar numerosos entusiasmos. La justa solución, capaz de asegurar un verdadero compromiso y una corresponsabilidad habría sido, antes que la "socialización", un sistema de participación por acciones (con oscilación de dividendos) de los obreros y de los empleados por una cuota de las acciones (intransferibles y no pudiendo ser vendidas) que sin embargo tendría como resultado el que la propiedad de la empresa estuviera siempre en manos de los empleados. Es el sistema que, recientemente ha sido experimentado en el extranjero en algunas grandes empresas. Pero esto no es ciertamente el lugar para estudiar los problemas de este género, a los cuales no se ha hecho alusión mas que para poner en evidencia, en medio de una comparación, los límites y las debilidades de la segunda legislación fascista del trabajo.
El segundo punto negativo y regresivo de esta legislación, fue una intensificación del sindicalismo y del centralismo mediante la creación de una Confederación única de la que habrían dependido las organizaciones sindicales siempre reconodidas y toleradas, con la tarea de decidir "en todas las cuestiones relativas a la empresa y a su vida, a la orientación y al desarrollo de la producción en el marco del plan nacional establecido por los órganos competentes del estado". A diferencia de lo que había marcado el esquema dualista de la legislación corporativa del Ventennio, un frente de empresarios y de las fuerzas del capital no estaba previsto en esta confederación, la cual tendía a la "fusión, en un solo bloque, de todos los trabajadores, técnicos y dirigentes". Frente a este bloque, el problema esencial, según nosotros, de la reconstrucción orgánica de infraestructuras en cada empresa, considerada en su autonomía, pasaba evidentemente al segundo plano.
De nuevo aparecía, sobre el plano nacional y estatal, una ambigüedad que, en general, podía dar nacimiento también tanto a uno como a otro de los desarrollos negativos que hemos indicado precedentemente: a la conquista del estado por la economía, el "trabajo" y la producción de un lado; a la estatización "totalitaria" de la economía por otro. Si en la fórmula referida anteriormente, donde se habla de un "plan nacional establecido por los órganos competentes del estado", la segunda dirección podía traducirse fácilmente, quizás se preciso notar que el "bloque" así contemplado podía entrar en la perspectiva de la "movilización total" impuesta por una situación de urgencia y por esta situación donde se encuentra el fascismo "republicano", en el clima trágico del fin de la guerra. Pero es claro que esto pertenece al dominio de la contingencia, de donde no está permitido recoger aquello solo que sea concerniente al dominio de la doctrina, de los principios normativos.
En conclusión, nuestro análisis de conjunto del intento corporativo fascista, debe constatar la presencia de exigencias cuya validez y legitimidad son tanto más evidentes si se piensa en la situación socio‑económico actual, desde el momento en que se reconocen los aspectos críticos y caóticos subsiguientes a pesar de las apariencias de un impulso productivo e incluso de una prosperidad efímera, con el endurecimiento de la lucha de clases y el debilitamiento progresivo del estado ante una demagogia legalizada que, ahora ya no parece tener límites.
Pero de nuevo es preciso constatar y subrayar que lo que el sistema fascista presenta de positivo en este terreno y, aun más lo que habría podido ofrecer como desarrollos reconstructores con los límites que hemos subrayado, no se refiere tanto a algo "revolucionario" en el sentido negativo o exclusivamente innovador, sino, una vez más, a la acción, en el seno del fascismo, de formas cuyo basamento natural fueron civilizaciones más antiguas: formas de inspiración tradicional que los promotores del corporativismo fascista han seguido a veces conscientemente y otras por puro automatismo.
Como lector habrá visto, no hemos creído del todo oportuno hablar del "socialismo nacional" en el cual algunos han querido ver uno de los rasgos más esenciales y válidos del fascismo: la realización de este socialismo, según ellos, había sido la principal misión a realizar, no solo en Italia, sino también en Alemania, y la Carta del Trabajo había puesto los fundamentos de esta "civilización socialista" particular. No podemos absolutamente tomar en consideración tales ideas. Rechazamos recuperar el "socialismo" independientemente de sus contenidos, que son incompatibles con la vocación más alta del fascismo.
El socialismo es el socialismo y añadirle el adjetivo "nacional" no es más que un disfraz en forma de "caballo de Troya". El "socialismo nacional" en la hipótesis de que fuera realizado (con la inevitable eliminación de todos los valores y todas las jerarquías incompatibles con él), se pasaría, casi inevitablemente, al socialismo, y así progresivamente, por que no es posible detenerse a medio camino en un plano inclinado.
En su época el fascismo italiano fue uno de los regímenes más avanzados en materia social.Pero el corporativismo del ventennio, en lo que tiene de válido, debería ser interpretado esencialmente en el marco de una idea orgánica y antimarxista, luego igualmente fuera de todo lo que puede llamarse legítimamente "socialismo". Así, y solo así, el fascismo habría podido ser una "tercera fuerza", una posibilidad ofrecida a la civilización europea, una posibilidad opuesta al capitalismo como al comunismo. Es por ello que "toda apertura a la izquierda en la interpretación del fascismo" debería ser evitada si no se quiere rebajar el fascismo: no parece gustar esto a los partidarios del"Estado Nacional del trabajo" que parecen no percibir hoy, mientras desean realizar una oposición y ser considerados "revolucionarios", que la fórmula en cuestión es precisamente la fórmula institucional proclamada en la constitución de la Italia democrática y antifascista de hoy.

CORPORATIVISMO Y SOCIALDEMOCRACIA


Modelo sueco: El paraíso del "Estado de Bienestar"
Pierre Lumieux
Roland Huntford ha podido describir la Suecia moderna como un Estado corporativo. Se dice que Gunnar Myrdal, gurú de la socialdemocracia sueca, se contaba entre los admiradores de primera hora del fascismo mussoliniano. Según Melvin Krause, de la Hoover Institution, los italianos eran demasiado individualistas e indisciplinados como para hacer honor al modelo corporativista de Mussolini, y en la Suecia colectivista es donde está mejor plasmado este modelo. Un viceministro de educación, Sven Moberg, admitía que las asociaciones estudiantiles obligatorias se parecen a las corporaciones medievales, pero, añadía, "nuestro fin es establecer un modelo corporativo".Ciertamente, la socialdemocracia se presenta a menudo como ideológicamente ecléctica y hasta pragmática.
Pero, ¿es injusta esa comparación con el modelo sueco?En otros tiempos. si hubo libros que tenían por título 'El modelo sueco', los años setenta y ochenta vieron el famoso modelo minado por la doble constatación de que el Estado-Providencia es económicamente ineficaz y políticamente opresivo.En la década de los ochenta el crecimiento sueco se redujo a la mitad del norteamericano y el nivel de vida de estos escandinavos se vio gravemente afectado por la galopante inflación.
El economista sueco Sven Rydentfelt, como muchos otros economistas, calculan que la tasa de paro real es entre cuatro y cinco veces superior a la cifra oficial (en torno al 5% hoy en día) si se tiene en cuenta el paro encubierto mediante empleos fantasma y artificiales contabilizados por el Estado.La cuarta parte de las pequeñas y medianas empresas desparecieron en una década. En el sistema médico estatizado, impersonal e inhumano, para una cirugía no urgente de vesícula biliar hay que esperar 3 años por término medio.
El Estado sueco sustrae hacia sus arcas casi dos tercios de la producción nacional. El trabajador industrial medio se ha tenido que enfrentar a tasas de impuestos sobre la renta del 60%.En Suecia están prohibidos los juguetes bélicos y la película ET.El Estado vela por todo. Los funcionarios tutean a sus administrados: igualdad y fraternidad. En el gran mural grisáceo del paraíso social, la criminalidad sube en flecha: en Estocolmo: en 1980, uno de cada diez profesores fue agredido o gravemente amenazado en la escuela. Una tercera parte de las muertes de jóvenes entre 20 y 25 años es debida al suicidio.
En Escandinavia, el puño bien visible del Estado ha sustituido a la mano invisible del mercado.En Dinamarca, Mogens Gilstrup, presidente del Partido del Progreso fue encarcelado por hacer apología de la evasión fiscal y llevar a cabo su enseñanza. Ingmar Bergman fue arrestado por lo mismo: evasión fiscal, el delito supremo de la socialdemocracia. Bergman pronto se exilió y es imitado por B. Anderson.Muchos otros artistas y escritores han huido a Estados Unidos como Max von Sydow, o a Italia, como Thulin o Sven Stolp.
El apodado 'Doctor Milagro' de la economía sueca, se marchó a vivir a Francia y hasta el propio Myrdal pasa más tiempo en Santa Bárbara, California, que en su país.Como simbiosis del Estado Providencia, la socialdemocracia sólo puede conducir al aplastamiento del individuo por el Estado.En 1984, de George Orwell, gobiernan hombres malvados. En el Estado de Bienestar sucede aparentemente lo contrario: los políticos y burócratas son buenos padres de familia o mujeres cumplidoras en el trabajo.
Pero las intenciones no cambian la lógica de las instituciones. Y está comprobado que la tiranía hay que esperarla menos del lado de los sádicos que de estos partidarios del Estado que tanto nos quieren. "Lo que hace del Estado un infierno es que el hombre intenta hacer de él su paraíso", escribía Holderlin.La película THX-1138 dirigida por George Lucas al inicio de su carrera, nos muestra un escenario más plausible de la actual tiranía, describe la socialdemocracia del futuro, una Suecia perfecta, donde el Estado controla desde la cuna hasta la tumba para vuestro propio bien.
"Trabaja duro, mejora la producción, previene los accidentes y sé feliz" repite dulcemente el eslogan del Estado.Extraído de su número en la Seguridad Social, THX-1138 es el nombre del héroe que se subleva contra la bondad, eficacia y opresión de ese Estado de asistentes sociales. En un desenlace fantástico, acabará por escapar de los policías que llevaba tras sus talones porque el eficaz Estado había rebasado sus previsiones presupuestarias en la persecución.Tras las críticas de algunos pensadores y periodistas, la prensa acaba descubriendo un Estado asistente social que se ha convertido en un Estado policial.
En un documentado reportaje, Liberation descubre la verdadera cara de este socialismo de rostro humano: 22.000 niños suecos, un récord en Occidente, han sido arrebatados a sus padres por asistentes sociales sin mandato judicial. Por ejemplo, el 3 de mayo de 1979, media docena de policías de paisano rodean la casa de Ingegerd Mabrell, una divorciada de 48 años de las que los servicios sociales sospechan vagamente que educa mal a sus hijos, y dos asistentes sociales penetran y se llevan a su hija Eva de 14 años, y luego van a la escuela y secuestran también a su hermana pequeña Marianne.
Han hecho falta más de dos años de procesos judiciales y una pequeña fortuna en gastos judiciales para que la madre pudiera recobrar a sus hijos. Un asistente social de la ciudad de Vaggeryd intentaba desde hace tres años quitarle el pequeño Mikael a su madre, Inger Johanson, porque es obesa y piensa que es demasiado fea para educar a su hijo.Una joven británica residente en Suecia. June Holsrot, ha estado a punto de que le arrebataran su hijo porque los cuidadores del jardín de infantes le reprocharan que hablara inglés en casa, obstaculizando así la 'buena socialización del niño'. Bajo iguales presunciones, el pequeño Alexandre Aminoff, de 10 años, fue raptado por funcionarios suecos a la salida de la escuela y, según comenta Cornelia Spar cinco años más tarde, sus padres no le habían vuelto a ver.La tercera vía que forman conjuntamente el corporativismo y la socialdemocracia conduce al estatismo y la tiranía.
EUU Corporativismo?



EL MUNDO DEL POSTFORDISMO(1¼ parte)
Alain Lipietz

En un ensayo provocador, Jean-Christophe Rufin (1991) comparaba el nuevo aspecto del globo (el de después de la guerra fría) con el del imperio romano del siglo IV: una zona de prosperidad organizada en tetrarquía, aislada de las desconocidas tierras bárbaras por un cinturón de reinos feudales. El mundo actual parece oponer, en efecto:
Un mundo desarrollado, organizado en tres bloques continentales, dirigidos respectivamente por EE.UU., Alemania y Japón.
Una periferia que se ha convertido en inútil para las fuerzas económicas dominantes (el mundo andino, el africano, el interior de la India y de China).
Entre el imperio y los bárbaros se destacan a la vez poderes intermedios "emergentes" que sueñan con unirse al imperio, "hacerse ciudadanos romanos", es decir, miembros de la OCDE.
Esta descripción es bastante ajustada y el texto presente intenta explicar uno de sus fundamentos: Las transformaciones de la relación capital-trabajo.
La crisis de la relación salarial dominante desde después de la guerra, el fordismo, ha engendrado múltiples evoluciones entre los países desarrollados. Unos han privilegiado la "flexibilidad", otros la "movilídad de los recursos humanos". Los nuevos países industrializados han acentuado su competitividad y se han diferenciado. De ello resulta una recomposición amplia de la jerarquía de las economías mundiales.
Otra tendencia se ha manifestado cada vez con más fuerza: la concentración de las relaciones económicas internacionales en bloques continentales (Europa, América, Asia). Los tres bloques tienen en común la heterogeneidad de las economías que aglutinan. Precisamente este ensayo está consagrado a la coexistencia de países de regímenes salariales diferentes en el seno de un bloque continental integrado. Pero veremos que el bloque americano ha elegido una vía diferente a la de los otros dos. Esto es lo que explica su declive relativo, análogo al declive de Roma frente a Constantinopla.
En una primera sección, estudiaremos las vías de salida de la crisis del fordismo de las economías dominantes. Después ampliaremos el análisis a las otras economías. En una tercera parte, esbozaremos la hipótesis de una nueva división internacional del trabajo (¡la tercera!). En las partes cuarta, quinta y sexta, volveremos a los caracteres contrastados de los tres bloques. En la sexta sección, examinaremos una consecuencia inesperada de esta nueva jerarquía desde el punto focal en que se juega el porvenir del globo: la actitud de cara a las crisis ecológicas globales

LA CRISIS DEL POSTFORDISMO Y SUS SALIDAS
El auge y la caída del fordismo
Recordemos antes brevemente lo que fue el fordismo. Como todo modelo de desarrollo, se puede analizar desde tres planos:
Como principio general de organización del trabajo (o paradigma industrial), el fordismo es el taylorismo más la mecanización. Taylorismo significa: una estricta separación entre la concepción del proceso de producción, que es labor de la oficina de métodos y organización y, por otra parte, la ejecución de tareas estandarizadas y prescritas formalmente. Según este principio, la implicación de los trabajadores directos se supone que no es requerida para la puesta en marcha de las prescripciones de la oficina de métodos.
Como estructura macroeconómica (bien sea régimen de acumulación o estructura social de acumulación) el fordismo implicaba que los incrementos de productividad resultantes de sus principios de organización tenían su contrapartida, por una parte, en el crecimiento de los gastos sociales financiados por los beneficios y, por otra parte, en el crecimiento de la capacidad de consumo de los trabajadores asalariados.
Como sistema de reglas de juego (o como forma de regulación), el fordismo implicaba una contractualización a largo plazo de la relación salarial, con límites rígidos en los despidos y una programación del crecimiento del salario referenciado a la evolución de los precios y a la productividad general. Además, una amplia socialización de los beneficios a través del Estado de Bienestar aseguraba una renta permanente a los trabajadores asalariados.
La demanda, en el modelo fordista, era, pues, atraída por los salarios del mercado interior de cada país capitalista avanzado, tomado separadamente. El apremio exterior estaba limitado por la coincidencia del crecimiento en los diferentes países, por la importancia limitada del crecimiento del comercio internacional en relación al crecimiento de los mercados internos y por la hegemonía de la economía de EE.UU.
La primera y más evidente razón de la crisis apareció "del lado de la demanda". La competitividad se iguala entre EE.UU., Europa y Japón. La búsqueda de economías de escala inducía a una internacionalización de los procesos productivos y de los mercados entre países desarrollados. El crecimiento del precio de las materias primas importadas del Sur (sobre todo el petróleo) animó la competencia en las exportaciones a comienzos de los años setenta. En fin, las empresas de los países fordistas buscaron cada vez más evitar las reglas salariales subcontratando la produccion en los países no fordistas, "socialistas" o "en vías de desarrollo". La regulación del crecimiento de los mercados interiores a través de la política salarial quedaba entonces comprometida por la necesidad de equilibrar el comercio exterior.
Frente a esta crisis del "lado de la demanda", la primera reacción de las élites internacionales fue claramente keynesiana. La idea principal era coordinar el mantenimiento de la demanda mundial. Sin embargo, a finales de los años setenta, aparece un límite mayor: la caída de los beneficios. Se debió a una pluralidad de causas del "lado de la oferta": disminución de la productividad, crecimiento del precio total del trabajo (incluido el salarlo directo del Estado de Bienestar), crecimiento de la relación capital/producto, crecimiento del precio relativo de las materias primas. De donde se deriva el giro hacia las políticas de la oferta... es decir, hacia las relaciones capital/trabajo.
Estos problemas del "lado de la oferta" están sujetos a dos interpretaciones. Unos consideran el crecimiento del precio relativo del trabajo como resultado del gran boom de la edad de oro (profit squeeze: Itoh (19901, Armstrong, Glyn, Harrison [19841) y este análisis se convierte en la explicación oficial a finales de los años setenta. Los beneficios eran demasiado bajos porque los trabajadores eran demasiado fuertes; era así porque las reglas del juego se mantenían demasiado "rígidas". Se pusieron en marcha políticas de flexibilidad iaboral por parte de los gobiernos del Reino Unido y después por EE.UU., y finalmente fueron seguidas por muchos países de la OCDE. El rechazo de los antiguos compromisos sociales alcanzó diferentes grados y se llevó a distintos frentes: desde las reglas de aumento salarial hasta el alcance y profundidad de la cobertura social, desde la liberalización de los procedimientos. de despido hasta la proliferación de empleos precarios.
Pero la experiencia de los años ochenta no giró en favor de las tentativas más consecuentes de la flexibilización: EE.UU., Reino Unido, Francia,... Por el contrario, estos países conocieron al mismo tiempo la desindustrialización y el incremento del déficit de su balanza comercial en bienes manufacturados. A finales de los años ochenta, los vencedores en la competición (Japón, Alemania occidental) parecen caracterizarse por otra solución a la crisis de la oferta.
Volvamos a la explicación teórica de la crisis del fordismo del "lado de la oferta". Una explicación alternativa se basa en la erosión de la eficacia de los principios taylorianos.
Los controles administrativos y productivos en las organizaciones han evolucionado de la misma manera que han evolucionado los procesos políticos y económicos en la humanidad. A principios del siglo pasado tuvieron vigencia bajo la influencia de los principios taylorianos las siguientes herramientas: indicadores de productividad, contabilidad industrial, índice de rentabilidad de capital (ROI, siglas en inglés), estándares, control presupuestario y algunos de ellos todavía son utilizados en el mundo organizacional, los cuales delimitan un estilo administrativo en las compañías, sustentados en cuatro componentes:
a) los mecanismos de eficiencia son estables en el tiempo;
b) el gerente administra un sistema de información muy eficiente acerca de los resultados de los procesos que dirige;
c) la eficiencia manufacturera está directamente relacionada con la minimización de los costos y
d) el costo total de la producción es un resultado al coste de un factor de producción clave, que generalmente es la mano de obra directa. Estos componentes han quedado en desuso por el aporte de los datos que suministra la competencia como son: incremento en los movimientos de los cambios, complejidad, calificación del personal, importancia de la competitividad, indiferentemente del precio y del coste y su reestructuración, los cuales impiden la identificación y selección de un componente necesario e indispensable, para la sobrevivencia industrial
El pleno empleo puede dar cuenta del declive del beneficio a finales de los años sesenta, pero no ha habido
continuidad en esta tendencia desde entonces. Más en detalle, la eliminación de toda implicación de los trabajadores directos en la puesta en marcha de los procesos de producción parece hoy día irracional. Es un buen método para asegurar a los directivos el control directo sobre la intensidad del trabaj o (Friedman, 1977).
Pero más autonomía responsable por parte de los trabajadores directos puede conducir a un principio de organización superior, sobre todo cuando se trata de poner en marcha nuevas tecnologías o métodos de gestión del circuito productivo de "flujo tenso", lo que supone la implicación de toda la inteligencia de los productores directos y su cooperación benévola con los directivos y los ingenieros. Y tal fue precisamente la vía alternativa escogida por numerosas grandes empresas de Japón, Alemania y Escandinavia. Allí, la presión de los sindicatos y otras tradiciones organizativas promovieron la elección de la solución por implicación negociada a la crisis del fordismo (Mahón [19871).
A finales de los años ochenta, la superioridad de esta elección es cada vez más reconocida. Sin embargo, en este punto de nuestra reflexión, la flexibilidad laboral y la implicación negociada parecen ser prácticas que podrían combinarse a la carta. Esta idea está en la base de una concepción del postfordismo como especialización flexible en Piore & Sabel [19841. Veremos que en la realidad estas opciones no son compatibles.
Después del fordismo, )¿q? NOTA 3
De hecho, las dos doctrinas para salir de la crisis de la oferta pueden ser consideradas como dos ejes de huida con referencia a las dos características de las relaciones profesionales fordistas: por una parte, la rigidez del contrato de trabajo; por otra parte, el taylorismo como forma de control directo de los directivos sobre la actividad de los trabajadores (ver figura 1).
La primera doctrina propone una evolución de la "rigidez" hacia la "flexibilidad" del contrato salarial; la segunda doctrina, una evolución del "control directo" hacía la "autonomía responsable". El primer eje se dirige a los aspectos "externos" de la relación salarial, al vínculo entre las empresas y la mano de obra que busca ser contratada y recibir una renta. El segundo eje se refiere a los aspectos "internos", a las formas de organización y de cooperación/jerarquía en el interior de las empresas
Sobre este eje, opuesto al taylorismo, podríamos hablar de Ohnismo, en homenaje al teórico de los métodos japoneses de producción desarrollados especialmente por la empresa Toyota (Coriat [1992]). Sobre el primer eje (externo) hay varias dimensiones en cuanto a la rigidez y la flexibilidad, como ya hemos señalado: el "mercado externo" es un mercado más o menos organizado. El eje considerado es de hecho un eje sintético. Además las reglas pueden ser establecidas a nivel de los individuos, de los trabajos, de las empresas, de los sectores, de la sociedad. Sobre el segundo eje, el "eje interno", hay también distintas dimensiones: "implicación" puede significar cualificación, cooperación horizontal, participación en la definición y en los controles del trabajo, negociación de las reestructuraciones industriales y así otros más. Aquí aún se trata de un eje sintético.
Pero vamos a ver enseguida que el nivel de la negociación en la implicación de los trabajadores impone límites en cuanto a la posible flexibilidad
La implicación puede ser negociada individualmente y gratificada con primas, una carrera u otras cosas. Esta opción, que no es contradictoria con la mayor flexibilidad externa, se limita por el carácter colectivo de la implicación requerida en la mayor parte de los procesos cooperativos de producción (I sobre la figura 1).
La implicación puede ser negociada empresa por empresa, entre los directivos y los sindicatos (F sobre la figura 1). Aquí, la empresa y su fuerza de trabajo comparten los beneficios de las cualificaciones específicas acumuladas en el transcurso del proceso colectivo de aprendizaje. Esto implica una rigidez "externa" del contrato salarial a nivel de la empresa, es decir, limita el derecho de despido de los trabajadores ya en la empresa.
La implicación puede ser negociada a nivel de la rama (B sobre la figura 1), lo que limita para las empresas los riesgos de la competencia a través del dumping social, y les induce a poner en común instituciones de formación profesional, etc.
Resulta de ello que el "mercado externo del trabajo" tiene la gran suerte de estar él mismo más organizado, o sea, a grosso modo, más "rígido".
La implicación puede ser negociada a nivel de toda la sociedad (S sobre la figura 1), los sindicatos y las asociaciones patronales que negocian a nivel regional o nacional NOTA 5 la orientación social y el reparto del producto, entendiendo bien que los sindicatos velen para que "sus gentes" den lo máximo de sí en el taller o la oficina... Aquí, el mercado externo del trabajo tiene muchas oportunidades para estar tan bien organizado como en las formas más "corporativistas" o socialdemócratas del fordismo.
Por el contrario, la implicación colectiva de los trabajadores no puede aparecer sin solidaridad de destino entre las empresas y su personal, es decir, en un contexto de "flexibilidad externa", y eso a cualquier nivel (empresas individuales, de un sector o de un territorio).
Así, el límite de coherencia entre "flexibilidad e implicación" aparece como una curva que une nuestros dos ejes, resultando un triángulo de incoherencia que combinaría flexibilidad e implicación colectiva negociada. Esta combinación es evidentemente posible si concierne, en la misma sociedad, a varios segmentos diferentes del mercado de trabajo. Lo que en general está excluido es la implicación negociada de un colectivo de trabajadores flexibles... es decir, el modelo de Piore & Sabel.
Los dos ejes constituyen, por tanto, dos líneas privilegiadas de evolución, es decir, dos paradigmas reales (ver figura 1):
La flexibilidad externa asociada a un control directo jerárquico. Esto nos lleva a algún modo de organización tayloriana del proceso de trabajo sin las contrapartidas sociales de la edad de oro fordista. Llamemos a este paradigma neotaylorismo.
La rigidez externa del contrato de trabajo, asociada con la implicación negociada de los productores. Llamemos a este paradigma kalmarí . ano, en honor de la primera fábrica de automóviles (Volvo) reorganizada según el principio de la implicación en un país socialdemócrata, Suecia. Fábrica cerrada hoy en día... veremos por qué.
Si volvemos a la experiencia reciente de los países de la OCDE, éstos parecen diferenciarse en un haz de trayectorias que se proyectan a lo largo de la curva de coherencia entre los dos ejes, con Estados Unidos y Gran Bretaña privilegiando la flexibilidad e ignorando la implicación; ciertos países, introduciendo la implicación negociada individualmente (Francia); Japón practicando la implicación negociada a nivel de las (grandes) empresas; Alemania practicándola a nivel de sectores y Suecia encontrándose más próxima del eje kalmariano. Japón parece ocupar una situación intermedia, que podríamos llamar toyotismo, con una fuerte dualidad (rígida/flexible) de su mercado externo de trabajo NOTA 6.
Evoluciones del postfordismo: los países capitalistas avanzados
El resto del mundo: ¿Hacia qué postfordismo?
Una vez que el Estado hubo desarrollado formas totalmente originales de relaciones profesionales (autodesignadas de forma contradictoria "socialistas") se pudo definir el Sur exactamente como el conjunto de los países que no han llegado a imitar ni los modelos occidentales ni el modelo del Este. Por tanto, los modelos "heterodoxos" (es decir, que incluyen ciertos aspectos de los modelos de los países del Este) aparecían como una vía de acceso al Oeste, incluso en los países del Sur no socialistas. Por eso, a pesar del carácter arqueológico del estudio del socialismo real de hoy en día, es interesante recordar de él los rasgos cuyos vestigios marcan aún numerosos países de la nueva periferia.
Un modelo apagado: el "socialismo"
Muy pronto, la Unión Soviética se caracterizó a grandes rasgos por:
un paradigma tecnológico inspirado en un taylorismo no logrado del todo,
un régimen de acumulación fundado sobre la sustitución de las importaciones al amparo de barreras aduaneras integrales,
un compromiso entre la dirección del Estado y los trabajadores asalariados, negociado por un organismo único (el partido-Estado) y garantizando ciertos intereses de la aristocracia obrera NOTA 7 . Esta forma de regulación admite variantes más débiles que se pueden llamar "corporativismo".
Este tríptico (taylorismo inacabado, sustitución de las importaciones, corporativismo) se vuelve a encontrar en todos los países del Tercer Mundo que han intentado industrializarse entre 1930 y 1970. Sobre nuestro diagrama de dos ejes figura 2 se le puede calificar como de "más rigidez" que el fordismo (la dependencia) y con un nivel de negociación de la implicación de la aristocracia obrera situado entre la empresa y la rama Köllö, [1990]). La crisis de este modelo, que ha sido imputada principalmente a su rigidez, ha llevado a una orientación general hacia la flexibilidad y la "racionalización", es decir, hacia la base y hacia la izquierda.
Dos gigantes rurales con sustitución de importaciones
China y la India representan dos inmensos países del Sur que han adoptado más de cerca el modelo de desarrollo de la Unión Soviética. La mayor diferencia con los países del Este europeo es la inmensidad de su campesinado

China se ha beneficiado de una reforma agraria y de una organización estricta de su mundo rural. Resultado: no ha conocido hasta finales de los años ochenta un éxodo masivo hacia las ciudades. Fue un modo de situación "lewisiana escondida", con una penuria artificial de trabajadores urbanos dedicada a una estrategia casi soviética de acumulación extensiva orientada por la sustitución de importaciones. De todos modos, China conoció de 1958 a 1974 varias olas de experimentación que llevan al paradigma tecnológico (poniendo en cuestión las formas taylorianas de control directo de los directivos sobre los trabajadores) y al modo de regulación (poniendo en cuestión la planificación centralizada).
Es dificil apreciar en qué medida estas "revoluciones microeconómicas en la revolución socialista" (Riskin [ 1990]) han preparado, irónicamente, el éxito posterior del "restablecimiento del capitalismo" en China, después de la victoria de Deng Xiaoping sobre los herederos de Mao Zedong.
En la India no hubo, por así decirlo, reforma de haciendas: el país nunca fue un "socialismo de Estado"; no ha conocido una verdadera planificación centralizada. Y sin embargo muchos rasgos del modelo soviético son visibles en su historia industrial después de la independencia. La política de sustitución de importaciones dirigida por el Estado estimuló el desarrollo de una estructura terciaria e industrial importante orientada hacia el mercado interior, cuyos salarlos se han beneficiado, como en los países del Este, del principio de la "dependencia", es decir, de una estabilidad del empleo, marcada y fundada sobre consideraciones políticas (el sector 1 según Mohan-Rao [1990]). Estos trabajadores estaban poco implicados, como en los países socialistas, y, sin embargo, no estaban exactamente taylorizados.
La mayor diferencia con China es la permanencia de un flujo de taylorización primitiva de trabajadores excluídos de las relaciones precapitalistas o integrados en las referencias capitalistas a través de algunas formas de Putting-out System: el sector II, según Mohan Rao [1990]. Así aparece un segundo archipiélago de referencias salariales industriales en el océano de la India rural. Por razones culturales e históricas, la taylorización no ha alcanzado el grado de control absoluto por una oficina de métodos (que apenas existía). En la figura 2, este proceso se representa con una flecha que entra en el diagrama capital/trabajo por la parte derecha de abajo.
La corriente de liberalización económica de los años ochenta impulsará, probablemente, las relaciones profesionales, tanto en la India como en China, hacia las formas clásicas de la taylorización primitiva. Con la apertura a la competencia internacional, el sector II conducirá a formas más profundas de control directo sin mejoría notable del salario real ni de la legislación social. El principio de dependencia debería ser abandonado en el sector 1 y, sin embargo, quedan posibilidades para que la fracción privilegiada de la fuerza de trabajo pueda negociar una flexibilidad limitada y haya contrapartidas sociales de tipo fordista en la racionalización del proceso de trabajo.
Este modelo indio es extremadamente interesante, porque permite tomar de modo caricaturesco ciertas evoluciones de los países latinoamericanos de tipo "Cepalino", es decir, los que, conforme a las teorías de la CEPAL, combinaban:
la construcción, por sustitución de importaciones, de un sector industrial moderno, a menudo bajo la égida de un Estado populista,
la subsistencia de una agricultura más bien arcaica en sus referencias sociales y que engendraba un flujo continuo de éxodo rural.
Se encuentran así todavía, bajo formas contrastadas, de México a Argentina:
un sector I donde la aristocracia obrera relativamente "rígida" ve cómo le imponen una flexibilización brutal y una "racionalización" (de hecho una taylorización) de la organización del trabajo,
un sector II de origen campesino que se urbaniza y accede al salario industrial y terciario, sea por el proceso caótico de desarrollo de un sector informal, sea por la entrada directa en empresas taylorizadas, con contratos salariales flexibles.
Esta industrialización periférica de nuevo tipo (referente a los modelos indio, chino o cepalino, de sustitución de importaciones) debe ahora ser examinada por sí misma.
¿Hacia dónde van los nuevos países industrializados?
En los años setenta aparecen los "Nuevos Países Industrializados" (NPl). Brasil y Corea del Sur son los ejemplos más importantes. Aspectos de sus modelos de desarrollo han sido examinados anteriormente bajo dos títulos: la "taylorización primitiva" y el "fordismo periférico" (Lipietz [1985a]).
La taylorización primitiva (o sanguinaria). Este concepto trata el caso de deslocalización de segmentos limitados de ramas industriales fordistas hacia formaciones sociales con tasas de explotación muy elevadas (en cuanto a salarios, duración e intensidad del trabajo, etc), siendo principalmente exportados los productos hacia países más avanzados. En los sesenta, las zonas francas y los Estados-talleres de Asia fueron las mejores ilustraciones de esta estrategia, que se extiende hoy. Dos características de este régimen deben ser señaladas. Primero, las actividades están sobre todo taylorizadas, pero relativamente poco mecanizadas.
La composición técnica del capital en estas empresas es particularmente baja. Así, esta estrategia de industrialización evita uno de los inconvenientes de la estrategia de sustitución de importaciones: el coste de importación de bienes de equipo. Por otro lado, movilizando una fuerza de trabajo mayoritariamente femenina, incorpora todo el savoir-faire adquirido a través de la explotación patriarcal doméstica.
En segundo lugar, esta estrategia es "sanguinaria" en el sentido en que Marx habla de la "legislación sanguinaria" en los albores del capitalismo inglés. A la opresión ancestral de las mujeres une todas las armas modernas de la represión antiobrera (sindicalismo oficial, ausencia de derechos sociales, prisión y tortura de los opositores).
El fordismo periférico. Como el fordismo, se basa en el acoplamiento de la acumulación intensiva y del crecimiento de los mercados finales. Pero permanece "periférico" en este sentido, en que los circuitos mundiales de las ramas productivas, los empleos cualificados (sobre todo en la ingeniería) se mantienen mayoritariamente ajenos a estos países. Además, los recursos corresponden a una específica combinación del consumo local de las clases medias, del consumo creciente de bienes duraderos por los trabajadores y de exportaciones a bajo precio hacia los capitalismos centrales.
Tomemos el ejemplo de Brasil.
Brasil comenzó su industrialización antes y con mayor éxito que la India, según un modelo similar. El golpe de Estado militar de 1964 suprimió de hecho las ventajas sociales de la legislación de Vargas. En consecuencia, la "organización científica del trabajo" (tayloriana) se desarrolló sin más límite que la dependencia tecnológica y la represión sangrienta del sindicalismo, ofreciendo al capital una fuerza de trabajo flexible. A finales de los años sesenta y en los primeros setenta, Brasil desarrolló una industria muy competitiva, llevando a término su sustitución de importaciones y desarrollando sus exportaciones industriales. Los beneficios de esta taylorización primitiva se reinvirtieron en el desarrollo de un fordismo periférico dualista. Una fracción de la población (la nueva clase media) se estableció en un modo de vida casi fordista, beneficiándose los salarlos en la segunda mitad de los años setenta del crecimiento de la productividad resultante de la mecanización y la racionalización. Esta fracción comprendía la mayor parte del sector formal (Amadeo y Camargo [1990]).
Por otra parte, un inmenso sector de los asalariados quedó excluído de los beneficios del milagro brasileño: los ex campesinos "lewisiarios", los trabajadores temporales, los trabajadores fijos mal pagados de las pequeñas empresas. En los años ochenta, estalló la crisis de la deuda, después vino la democracia. La evolución que resultó de ello es bastante compleja. Los conflictos de reparto ocuparon la antesala de los conflictos industriales.
Las relaciones profesionales no pudieron establecerse en esta tempestad permanente, que implicaba al ejército de reserva Iewislano marginal, al sector informal, a los distintos grados del sector formal. En esta situación caótica, el porvenir de Brasil queda abierto a tres posibilidades: una vuelta al taylorismo primitivo, una consolidación del fordismo periférico e incluso una evolución hacia el fordismo con evoluciones locales hacia los aspectos toyotistas.
En comparación, la revolución de 1985-1987 en Corea del Sur ha heredado una situación mucho mejor. En la raíz de todo está la reforma agraria de los años cincuenta seguida por un apoyo a la rentabilidad campesina. La taylorización primitiva en Corea no estuvo bajo la presión constante de un ejército de reserva Iewisiano.
Toda la fuerza de trabajo fue contratada con un contrato de trabajo flexible, pero fue contratada formalmente. Además, el Estado se encargó de planificar cuidadosamente las capacidades exportadoras de modo que se asegurara la devolución de la deuda. Las mujeres vivieron una terrible sobreexplotación, sobre todo en el sector exportador, pero la renta de las familias modestas se acrecentó a lo largo de los años setenta y se aceleró en los años ochenta.
Así, Corea conoció una transición de la taylorización primitiva al fordismo periférico. Además, en la fracción masculina de la clase obrera, el patriotismo de empresa se desarrolló de una forma que preparó la imitación de ciertos aspectos de la implicación negociada a nivel de la empresa, a la japonesa (You [1990]).
Así pues, Brasil y Corea conocen trayectorias casi opuestas en los años ochenta. Esta diferenciación de los NPI es tan importante como la de los países fordistas
¿HACIA UNA TERCERA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO?
No vamos a continuar la discusión sobre la estabilidad (macroeconómica, sociopolítica o ecológica) de los distintos modelos nacionales de evolución de las relaciones capital-trabajo NOTA 8 . Vamos a discutir, más bien, la posibilidad de la coexistencia de naciones con modelos diferentes, en el seno de un mundo cada vez más internacionalizado. Este problema es el de las teorías del comercio internacional, hoy día invalidadas por presupuestos sobrepasados.
O se plantea (con Adam Smith y la tradición marxista dependentista) que existe una mejor forma de producir cada mercancía y, entonces, debe acabar por imponerse en beneficio de los países que la dominan: es la teoría de la ventaja absoluta.
O, por el contrario, se admite una "garna" de combinaciones de los factores en el interior de un paradigma tecnológico único, y en este caso hay división del trabajo según las dotaciones iniciales de cada país en los diferentes factores: es la teoría de las ventajas comparativas, surgida del teorema de Ricardo. Así pues, tenemos hoy que afrontar una situación en que los "factores" (capital y trabajo) son completamente móviles NOTA 9 , pero donde la forma de combinarlos (paradigma tecnológico, relaciones profesionales) diverge de un país a otro.
Las dos primeras divisiones internacionales del trabajo.
De hecho, la "primera división internacional del trabajo", que ha prevalecido prácticamente hasta los años sesenta, ilustra la persistencia de la intuición de Adam Smith. Desde el momento en que ciertos bienes se convierten en objetos de comercio internacional, su producción tiende a concentrarse en aquellos lugares que presentan unas mejores condiciones de producción (condiciones naturales -clima- o condiciones culturales: organización social, savoir-faire).
Esta concentración se vuelve relativamente estable, ya que las economías de escala protegen los centros industriales más antiguos contra los recién llegados. Los nuevos centros sólo pueden surgir bajo el respaldo de un monopolio "natural" (la distancia) o artificial (el proteccionismo de las "industrias nacientes").
Desde el momento en que surgen en Inglaterra la manufactura y, con mayor fuerza, la gran industria, la mayor parte de las producciones manufactureras del mundo se concentraron en este país y en algunos otros que pudieron adoptar el mismo paradigma industrial, con mayor o menor protección. Los demás sólo pudieron inscribirse en el comercio mundial haciendo "otra cosa", es decir, otros productos, especializándose en aquellos sectores en los que dichos países disponían de ventajas absolutas (a menudo geográficas) respecto de Inglaterra. La primera división internacional del trabajo (exportaciones manufactureras/exportaciones de bienes primarios, agrícolas o mineros) es una división intersectorial.
Con los NPI, la taylorización primitiva y, sobre todo, el fordismo periférico, surge una nueva división del trabajo. Hoy en día, un paradigma tecnológico es algo parcialmente transferible, y con bajo coste, de un país a otro. Desde ese momento, los segmentos menos cualificados y mecanizados del proceso de trabajo fordista pueden ser localizados de manera mucho más competitiva en las regiones o los países con bajos salarlos. )Desquite de la teoría ricardiana de las ventajas comparativas?
En primer lugar, no se trata de ventajas comparativas entre las dotaciones propias de cada rama, sino de diferencias en el coste del factor trabajo en diferentes segmentos del proceso de producción en el seno de una misma rama, O por lo menos de una misma filial, organizada según un paradigma tecnológico único. La división fordista del trabajo puede, en efecto, esquematizarse en tres tipos de tareas:
Concepción, ingeniería y organización del trabajo.
Trabajo cualificado.
Tareas rutinarias (incluidas las terciarlas) sin cualificar.
Además, la estandarización de los procesos, típico de la producción en masa fordista, permite una desconexión geográfica entre estos tres tipos de tareas. Desde luego, es "natural" localizar los tres tipos de tareas allí donde existe la mano de obra correspondiente con la mejor relación calidad-precio. Se trata de ventajas absolutas en una división del trabajo dentro de la rama.
La taylorización primitiva corresponderá así a la localización de segmentos del "tipo 3" en los países con salarios muy bajos y el fordismo periférico a la localización de segmentos 1 y sobre todo 2 en los países con rentas bajas pero que dispongan ya de una mano de obra cualificada y de capacidades técnicas más desarrolladas. Tal es el esquema "economista" de la segunda división internacional del trabajo.
Por otro lado, la realidad de la dinámica de los NPl no se reduce a este esquema economista del coste relativo del factor trabajo. Primero, la organización industrial, los costes de transporte y la localización de mercados cuentan. No se puede deslocalizar las actividades de tipo 2 o 3 a cualquier lugar. Es necesario que se mantenga una cierta adecuación local entre la cualificación del mercado de trabajo, el tejido industrial y la estructura de la demanda local.
El esquema caricaturesco de las zonas francas asiáticas o de las "maquiladoras" de la frontera del norte de México, donde los eslabones de un proceso productivo se deslocalizan "al Sur" (allí donde los salarios son muy bajos) para servir a los mercados finales, "al Norte", (allí donde la demanda es más afortunada), corresponde a una parte muy limitada de la actividad manufacturera mundial.
Sobre todo, e incluso ateniéndose al "lado de la oferta", el factor discriminatorio (aquí, el trabajo) es una construcción social. No basta que la mano de obra sea abundante ("lewlsiana"), si no todos los países del Tercer Mundo se habrían convertido en NPl. Hace falta que esté libre a la vez de otras ataduras (rurales, familiares, religiosas), desorganizada por la represión o por la tradición (mano de obra femenina) y, por lo tanto, acostumbrada a la disciplina del trabajo de tipo industrial. En fin, la "dotación en factor trabajo" buscada es, de hecho, una característica socialmente construida de la sociedad local: su adecuación al paradigma taylorista-flexible que hemos identificado en la primera parte de este texto NOTA 10.
La coexistencia del postfordismo
Cuando a principios de los años ochenta el compromiso fordista fue criticado abiertamente y juzgado caduco, la tendencia espontánea fue, una vez más y de conformidad con las lecciones de la historia, buscar cuál sería "la" nueva forma hegemónica de la relación capital-trabajo. La primera mitad del decenio, marcada por el éxito del reaganismo, vio triunfar la idea de que "la" salida de la crisis del fordismo sería la flexibilización (externa) del contrato salarial. Se criticaba entonces la "euro-esclerosis", atribuida a la "rigidez" de las relaciones salariales. Después, cuando, tras el crack de 1987, el declive de EE.UU y el atolladero al cual les había llevado la "desregulación" reaganista se hicieron evidentes, cuando se afirmó la supremacía tecnológica y financiera de Japón y Alemania, se reconoció que los modelos de la salida a la crisis por la "movilización de los recursos humanos" se colocaba por encima de los modelos basados en la flexibilidad.

Hoy, las dificultades de Alemania y Japón apelan a una mayor prudencia, ya que la competencia de los NPl de Asia, e incluso de América Latina, parece poder imponer al mundo entero una norma única: salarios siempre más bajos y contratos salariales siempre más flexibles. En todos los casos, se supone que uno de los dos paradigmas distinguidos aquí presenta una ventaja absoluta sobre el otro y acabará así por desplazarlo.
Que no se haya podido todavía decir cuál debería hacernos reflexionar. Primero, es evidente que nuestros dos paradigmas no son suficientes para definir un modelo de desarrollo coherente a escala mundial. Falta, por lo menos, un modo de regulación de la demanda efectiva internacional. El mercado mundial se ha vuelto, como antes de los años cincuenta, globalmente competencial y, por tanto, cíclico. Los ciclos no tienen ninguna razón para impedir el modelo dominante (ya sea EE.UU, Alemania o Japón).
Luego, acontecimientos tan excepcionales como la disolución del bloque "socialista" y su reconversión al capitalismo de mercado, provisionalmente lograda en China y provisionalmente fallida en Europa, no pueden dejar de influir en la coyuntura e incluso en la estructura de los países vecinos (sobre todo en el caso de la unificación de las dos Alemanias).
Pero más allá de estas consideraciones coyunturales, plantearemos hipótesis más estructurales.
La lección de los años 1982-1995 está clara. Cualquiera que sea la política llevada por EE.UU (dólar sobrevalorado o devaluado, tasas de interés reales demenciales o negativas, déficit del presupuesto controlado o incontrolado), el déficit de su balanza de bienes y servicios se ha vuelto estructural, del orden de 10.000 millones de dólares al mes.
Por el contrario, cualquiera que sea la dirección del desplazamiento coyuntural con EE.UU, la balanza exterior de Japón y Alemania (menos inmediatamente después de la unificación) se ha mantenido en positivo. Desde el punto de vista de la competitividad intercapitalista, la implicación negociada se pone por encima del neotaylorismo por lo menos en una gama importante de servicios y productos de intercambio.
El mundo se organiza en tres bloques continentales, que tienen en su seno una división del trabajo centro-periferia basada en combinaciones diferentes de los dos paradigmas de base del postfordismo.
Esta tendencia a la recontinentalización de la economía mundial (Asia- Pacífico alrededor de Japón, América alrededor de EE.UU, Europa alrededor de Alemania) es el resultado, primero, de una "revancha de la geografía": con las formas de gestión just-in-time, la distancia y los costes de transacción vuelven a tener importancia. También resulta de las tentativas de regular la macroeconomía internacional "entre vecinos".
En el interior de estos bloques hay, evidentemente, países de desarrollo muy desigual, con relaciones de tipo centro-periferia, ya sea dentro de la primera, la segunda o la tercera división del trabajo. Estas jerarquías son móviles: países "periféricos" progresan, países dominantes salen mejor o peor de la crisis del fordismo y, sobre todo, salen de manera diferente, privilegiando uno de los dos ejes paradigmaticos definidos anteriormente.
Nuestra segunda hipótesis lleva precisamente a la posibilidad de la coexistencia de los dos paradigmas en el seno de un mismo espacio de integración continental, con una división internacional del trabajo de un tercer tipo entre países adictos más bien a uno u otro paradigma. Precisemos más: no se trata de producir, de diferentes maneras, bienes muy diferentes, como en la primera DIT, ni de especializarse, como en la segunda DIT, en diferentes tipos de tareas en el seno del mismo paradigma taylorista y compitiendo en la misma rama, sino de producir productos similares, pero de manera distinta.
Esto sólo es posible si ninguno de los dos paradigmas desplaza al otro de manera absoluta, sino sólo comparativamente, según las ramas y las subramas. Así, el formalismo ricardiano vuelve a encontrar su virtud heurística, a condición de reemplazar la noción de "dotación inicial de factores" por la de "construcción social de la adaptación a un paradigma". Esta construcción social es un hecho secretario complejo que no vamos a tratar aquí (ver Leborgne & Lipietz [19881). Digamos simplemente que la adopción de los paradigmas "flexible" y "con implicación negociada" corresponde a estrategias de salida a la crisis "defensiva y ofensiva" respectivamente por parte de las élites de la nación o región considerada.
Una manera cómoda de formalizar las diferencias de adaptación social es el recurso a una concepción renovada de la teoría de la agencia. Los organizadores de la producción (principales), ya se trate de empleadores o de los que dan órdenes, tienen la elección entre dos actitudes respecto a sus subordinados (agentes), ya sean asalariados o subcontratados.
O la confianza (y su recíproca, la autonomía responsable), que permite maximizar la cuasi-renta relativa a otros competidores, pero implica una partición más igualitaria de esta cuasi-renta.
O la desconfianza, que implica un control directo de los agentes subordinados. Permite, de forma segura, maximizar la parte del producto del que se apropia el principal, pero no de modo evidente el producto total de este tipo de asociación.
Está claro que la opción entre "confianza" y "desconfianza" depende de determinantes sociopolíticos, extraeconómicos, ya que parece que, en el postfordismo, estas diferencias tengan efectos diferenciados según las ramas, lo que hace pertinente la teoría de las ventajas comparativas.
Así, según un razonamiento presentado en el "Anexo":
Teorema de Ricardo transportado: Las ramas más sensibles a la implicación de los productores directos tenderán a buscar regiones o segmentos del mercado de trabajo relativamente más cualificados y menos flexibles; las ramas más sensibles al bajo coste de la mano de obra tenderán a buscar regiones o segmentos del mercado de trabajo más flexibles.
Se comprende así el éxito del modelo toyotista: si, en el seno de una misma sociedad, se pueden encontrar los dos tipos del mercado de trabajo, entonces la posibilidad de negociar compromisos salariales al nivel de la empresa permitirá una adaptación óptima del conjunto de las ramas.
Los modelos nacionales más kalmaristas quedarán cojos por la rigidez y los excesivos costes del trabajo en las ramas más banales. Los modelos nacionales más flexibles (neotaylorianos) quedarán cojos por las ramas que requieran una mayor cualificación. Por contra, los países que se atengan a una relación salarial fordista clásica (rigidez +taylorismo) serán poco a poco desplazados "por arriba y por abajo".
Así, del "Teorema de Ricardo transportado" resultan una serie de corolarios.
Corolario I. Los países que practican la implicación negociada van a atraer industrias de mayor valor añadido (por trabajador) y con mayor contenido de trabajo intelectual.
Corolario II. Entre esos países, los más competitivos serán aquellos donde la implicación sea negociada al más bajo nivel (de manera óptima: según el modelo toyotista).
Corolario III. Existen países que han permanecido demasiado fordistas (demasiado rígidos para una implicación tan débil) o países demasiado poco cualificados a pesar del coste extremadamente bajo de su mano de obra. En estos países se desarrolla la exclusión, es decir, situaciones donde la oferta de trabajo no interesa de ningún modo al capital.
Hagamos ahora una abstracción de las diferencias internas en las naciones, y no consideremos más que sus lugares relativos en el diagrama. Se ve que, en un bloque continental que presenta toda la variedad de situaciones, las ramas más cualificadas tenderán a polarizarse en lo alto y a la derecha. Allí se encontrarán los salarlos altos, las altas cualificaciones, la mayor "flexibilidad interna" , por tanto, la mayor capacidad para poner en práctica los nuevos procedimientos, inventar y probar los nuevos productos- en una palabra, se trata del "centro" en el doble sentido tradicional del término (en F Braudel, I. Wallerstein, S. Amin u otros).
Las ramas progresivamente más banales se polarizarán en los países situados cada vez más a la izquierda y abajo, que no salvarán su competitividad sino por una flexibilidad cada vez más salvaje y salarios cada vez más débiles, con el riesgo de ser acusados de dumping social. Así, por rango decreciente hacia la "periferia": los viejos países fordistas que se vuelven cada vez más neotaylorianos, los países de fordismo periférico y luego de taylorización primitiva figura 4.
La diferenciación de los bloques continentales
La figura 4 está ilustrada por los ejemplos de los países del bloque europeo. Es bastante evidente que esta jerarquía no se da, de forma tan clara en Asia y América. La primera explicación es evidente: el bloque americano está dominado por un solo país, Estados Unidos, que no se suma al paradigma tecnológico dominante. Por lo tanto, el bloque americano sufre una doble debilidad:
su centro está dominado por otros centros,
correlativamente, apenas puede dominar su propia periferia.
Estas dos consecuencias son señalables empíricamente de la siguiente manera.
La desvalorización del trabajo americano
El PNB per cápita es un índice cómodo que mide la productividad de una sociedad y el poder adquisitivo medio de los miembros que la componen. Para las comparaciones internacionales, hay dos formas de comparar el valor de este índice.
La tasa de cambio corriente. En un mundo internacionalizado (es decir, donde no hay una gran diferencia entre el precio de oferta de los productos en el mercado interior y en la exportación), este índice mide bien la capacidad efectiva del producto del trabajo de un país al adquirir una parte del trabajo de otros países.
Según la paridad del poder adquisitivo (PPA). En este caso se refiere a un índice teórico, calculado según las tasas de cambio ficticio que igualarán el precio de una misma cesta de bienes y servicios en distintos países.
Este segundo índice parece corregir la incapacidad de las tasas de cambio de compensar los diferenciales de la inflación. En la medida en que los consumidores gasten sus rentas en sus propios países, este índice permite comparar los niveles de vida media de los diferentes paises. Podríamos hablar de un "índice de volumen internacional". Si todos los países produjeran la misma cosa, de la misma forma, jugarían efectivamente este papel y, además, es probable que las tasas de intercambio se encuentren efectivamente sobre la paridad del poder adquisitivo.

EL PRI MEJICANO
Socialdemocracia priistaJosé Antonio Crespo
Nuevo Excélsior, 27 de agosto de 2008
Giovanni Sartori clasificó muy bien al PRI como partido hegemónico, es decir, uno que monopolizaba esencialmente el poder, pero compartiendo el escenario político con otros partidos para barnizarse de cierta legitimidad democrática.
Además, lo catalogó como un partido pragmático, a diferencia de aquellos que tenían un compromiso vital con una ideología específica, como lo era el Partido Comunista de la Unión Soviética. La “ideología de la Revolución Mexicana”, de la que el PRI se proclamó heredero directo, abarcaba la mayor parte del espectro ideológico, a partir del pensamiento de sus héroes y sus caudillos: el liberalismo de Madero, el agrarismo de Zapata, el laborismo de Obregón o el socialismo de Cárdenas.
Sólo los extremos a la derecha y la izquierda quedaron fuera de las posibilidades ideológicas del PRI (y reservaron tales extremos a su oposición, por ejemplo, la Unión Nacional Sinarquista, el PAN, el Partido Comunista Mexicano y otras formaciones de izquierda marxista). Eso le brindó gran capacidad de adaptación ideológica, interna y externa. Internamente, cada mandatario podía diseñar su respectivo programa dentro de ese amplio espectro, a despecho del que hubieran seguido sus antecesores (primero el hombre, luego el programa).
Y, externamente, el PRI pudo adaptarse a las grandes tendencias económicas del mundo o de la región, como el Estado benefactor [se refiere a un simple discurso, basado en el proyecto que en Europa dio origen al Estado de bienestar; este último nunca existió en México], el desarrollismo latinoamericano o el neoliberalismo de las últimas décadas del siglo (que Carlos Salinas de Gortari quiso y aún quiere disfrazar como "liberalismo social").
El PRI sigue gozando de sus rasgos pragmáticos que le permiten navegar a conveniencia por distintas aguas ideológicas. Al perder el poder en el año 2000, se hallaba aún instalado en el neoliberalismo tecnocrático, lo que para muchos tradicionalistas de ese partido es la razón de su alejamiento con respecto a la ciudadanía, y su consecuente derrota electoral. Por eso en la XVIII Asamblea, la de 2001, el PRI renegó públicamente del neoliberalismo y dijo regresar al viejo nacionalismo revolucionario. Pero los priistas han percibido, correctamente, que ni el nacionalismo revolucionario ni el neoliberalismo son ya buenas banderas electorales, de cara a 2009 y 2012. De ahí su reciente proclamación como socialdemócratas.De alguna manera los priistas han observado que hay un importante sector de electores que aspira al surgimiento en México de una socialdemocracia al estilo europeo, lo que aquí jamás ha existido. Pero, contrariamente a lo dicho por algunos dirigentes tricolores, la socialdemocracia no es una actualización del nacionalismo revolucionario.
La socialdemocracia fue resultado de una adecuación estratégica y de la moderación ideológica del marxismo tradicional en Europa, al percatarse muchos militantes de que en sus respectivos países sería poco menos que imposible provocar una revolución comunista (los pioneros fueron los alemanes). Por lo cual, la nueva meta consistió en competir y ganar dentro de los cauces electorales, lo que exigía dejar de lado la hoz y el martillo y la dictadura del proletariado, para captar el importante sufragio del centro izquierda.
Ese no es, evidentemente, el origen ideológico del ideario priista. Más bien, sus fundadores se basaron en esquemas antagónicos en lo ideológico, pero convergentes en su ángulo organizativo: Calles se inspiró en el fascismo italiano y Cárdenas en el bolchevismo soviético. El corporativismo priista se inspiró en esos modelos orgánicos. Quien sí pudo seguir y desarrollar una vía socialdemócrata fue la izquierda histórica de origen marxista, al aceptar, después de 1979, el reto de la democracia electoral. En esas estaba cuando se le cruzó en el camino la escisión del PRI en 1988, con la cual dos años después fundó el PRD.
Pero, en virtud de que los dirigentes más importantes de partido venían del PRI (Cárdenas, Muñoz Ledo, López Obrador), fue el nacionalismo revolucionario el que logró imponerse como ideología predominante. Difícilmente puede considerarse al PRD como expresión de la socialdemocracia moderna. Nunca lo ha sido y se ve difícil que evolucione hacia allá y menos ante la profunda crisis que hoy lo pone al borde de la ruptura. Tampoco puede ya esperarse demasiado del Partido Alternativa Socialdemócrata, que eligió esa doctrina como eje de su identidad. Pero al ver la forma en que resuelven sus pugnas internas (con métodos no precisamente democráticos), muchos de sus electores se muestran decepcionados y difícilmente le refrendarán su apoyo.Así pues, hay un espacio en el centro izquierda que nadie ha podido ocupar plenamente y que el PRI intenta hoy ocupar, dado que necesita poner mayor distancia programática con el PAN, su verdadero rival en los próximos comicios.

Claro, una cosa es que el PRI se proclame socialdemócrata y otra muy distinta que los electores que simpatizan con esa corriente ideológica así lo crean. Es probable, pues, que los votantes socialdemócratas no sufraguen por el PRI pese a la nueva y atractiva envoltura del tricolor. Pero hay muchas otras razones que pueden llevar a varios electores (sean de centro derecha o centro izquierda) a sufragar por el PRI, como es la enorme falta de oficio político del PAN y sus gobiernos (una rica veta que el PRI ya empezó a explotar electoralmente), así como su claudicación democrática.
Cuenta también, desde luego, el nuevo radicalismo del PRD, sus estrategias extrainstitucionales, su falta de unidad interna y su rezago ideológico. Y ello le abre al PRI buenas expectativas para 2012, pero antes falta ver si la disputa por las candidaturas (incluida la presidencial, desde luego), no le provoca las fisuras que hoy logra evitar.

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