martes, 17 de junio de 2008

Academia militar Argentina,Curso de conflicto y concenso

Este seminario del año pasado de alguna manera reproducía toda la problemática actual de la negociación, sobre la base de una experiencia personal en el seminario sobre negociación de la Universidad de Harvard del anteaño pasado. Entonces, eran motivos diversos, y juzgaba el coordinador que podría ser de interés comunicarles estos materiales y estas reflexiones.
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Curso de:
El Doctor Enrique Zuleta Puceiro
Abogado, título obtenido en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mendoza en 1972. Es Doctor en Derecho, título otorgado por la Universidad Complutense de Madrid en 1980.

............Vamos entonces a ver la teoría del conflicto desde el punto de vista de la ciencia política contemporánea, tema amplísimo. Bastaría volver a pensar en los clásicos de las ciencias sociales, en la tradición originaria de la sociología, para entender que las ciencias sociales de la modernidad, por lo menos, son ciencias sociales que están dirigidas fundamentalmente al análisis del conflicto. La idea del conflicto es una idea tan importante como la idea de la comunidad, como la idea de consenso, como la idea de sociedad, como la idea de libertad o como la idea de la igualdad.
Desde el principio, allí, en ese tránsito entre la Ilustración y el Romanticismo hacia finales del siglo XVIII y siglo XIX, en aquel momento histórico en el cual nacen las ciencias sociales tal cual hoy, por lo menos, las practicamos, es decir, la dogmática jurídica, la estrategia, la teoría de la historia, la economía, la estadística, es decir las ciencias sociales entendidas del modo como hoy las consideramos; repito, en aquel momento histórico la idea de conflicto era una idea central.
Las ciencias sociales y particularmente la sociología y la ciencia política, nacen como un instrumento para pensar una reconstrucción de un orden social fragmentado, quebrado, por la revolución. La idea de conflicto no es una idea lateral. Es una idea profunda, central, de una sociedad que estaba atravesando por un cambio profundo en los principios de legitimidad, y que estaba reconstruyendo, estaba rearmando las piezas despegadas de viejos mapas sociales como los que habían regido en la vieja Europa desde los comienzos de la reflexión filosófico-política, allá en los griegos, hasta mediados del siglo XVIII, es decir, hasta la quiebra de la vieja tradición del derecho natural clásico.
Los filósofos de la historia de aquel tiempo la llamaban la ‘vieja Europa’. Las ciencias sociales nacen, esencialmente, como ciencias de reconstrucción, ciencias que proceden por la vía de la recomposición de fragmentos dispersos y que encuentran en la idea de conflicto, un motivo fundamental. ¿Qué era pues de los principios tradicionales de legitimidad? Presencia traumática de la revolución, ruptura de los viejos mapas sociales, avance del proceso de secularización, entendido pues en el sentido sociológico y cultural de la palabra secularización, esto es, puesta en tela de juicio ilimitadamente de todo núcleo prescriptivo mínimo, como los que en otro momento representara la religión, las costumbres o las tradiciones, etc.; abandono en consecuencia de la vieja filosofía política, de la ‘vieja Europa’ repitiendo nuevamente la conceptualización de los filósofos de la historia de aquella época.
Emerge pues, la noción de orden social, un orden social entendido por concurrencia y no como un orden natural. Un orden social entendido como un producto, como un artefacto de la inteligencia y de la voluntad del hombre; como un orden autoregulado según principios nuevos de la vieja teoría del orden, como un fruto o un producto de la virtud del hombre, a la nueva teoría del orden político, entendido como un fruto o un producto del interés de los individuos; y todo lo que ello conlleva y en lo cual no quisiera detenerme para no desbordar los límites de esta exposición.
En la sociología y en la ciencia política desde un principio, la noción de reconstrucción gira alrededor de una serie de dicotomías, dicotomías que eran desconocidas para el pensamiento filosófico-político clásico.
Dicotomías que atraviesan conceptos como Estado versus sociedad civil, Derecho versus moral, economía versus política, costumbres versus ley o derecho legislado, interés individual versus intereses generales, felicidad privada versus felicidad pública, es decir, una reconstrucción del orden social sobre la base de la articulación de conceptos antinómicos que son entendidos por las nacientes ciencias sociales, como conceptos conflictivamente antinómicos.
La idea de conflicto es central en esta reconstrucción o primer armado de la teoría de las ciencias sociales. En consecuencia, planteamos hoy una teoría política del conflicto, creo que requiere una necesaria inmersión en esa tradición fundacional de las ciencias sociales, de la sociología y de la ciencia política en particular. Supone entonces recuperar críticamente, una tradición en el sentido no de los antecedentes, o el pasado de una disciplina, sino esa continuidad que toda disciplina, sus conceptos, sus categorías, sus ejemplos, sus paradigmas, sus modelos tienen, y el modo como esa tradición continúa viva y operante en cualquier tipo de modelo científico-político contemporáneo.
Esta vía que propongo para enfrentar el problema del conflicto, implica toda una serie de suposiciones epistemológicas sobre la ciencia política, que se basan por sobre todo en la idea de las ciencias políticas como ciencias prácticas, es decir, como saberes dirigidos a la acción, como saberes para orientar el obrar humano. Implica además, situarnos en una perspectiva que es crítica también, respecto a los ingredientes ideológicos que inevitablemente tienen las ciencias sociales, no sólo las de la modernidad sino las ciencias sociales en un sentido general. Es decir, implica por de pronto tomar distancia respecto a ciertos ingredientes no estrictamente científicos, ingredientes mas bien ideológicos; analizar por ejemplo el papel que han cumplido en la conceptualización del conflicto político ideas tales como la idea del progreso, la idea de la democracia o la idea de la libertad, en las cuales están impresos evidentemente no sólo los requerimientos de una ciencia como tal, sino los requerimientos ya más normativos, más prescriptivos de un proceso de transformación social y político, en el cual la ciencia y el científico no son sólo sujeto que conoce la realidad, sino parte misma de esa realidad.
Este círculo de implicación entre el sujeto y el objeto que, como ustedes saben, es esencial a las ciencias sociales y a la ciencia política, opera, cuando pensamos el conflicto, de un modo muy decisivo. Es decir, teoría del conflicto y conflicto de la teoría, teoría de la política y política de la teoría. Esto es lo que inevitablemente está en juego cuando intentamos leer las ciencias sociales o las ciencias políticas contemporáneas, porque ninguna lectura puede ser neutral. Vamos a las teorías buscando confirmar hipótesis previas. Vamos a las teorías buscando justificar posiciones personales o colectivas que están allí adentro de las teorías y adentro de nosotros mismos, y ésta es una de las dificultades con que se enfrenta no sólo el problema de la teoría política del conflicto, sino cualquier teoría política sobre cualquier objeto posible.
Entonces, si nosotros tuviéramos que decir qué tipo de teoría o a qué tipo de teoría corresponde esta teoría política del conflicto que necesitamos para avanzar en senderos como éste, deberíamos decir ante todo o yo diría, es una opinión discutible naturalmente, que el tipo de teoría en el cual vamos a transitar, no es la gran teoría, la gran teoría política, la de Hegel, la de Rousseau, u otras modernas, la de Locke, teorías generales que buscan explicar globalmente el orden social, ni tampoco la teoría en el sentido más restringido que usamos los científicos sociales desde el punto de vista profesional (aquel conjunto de modelos o paradigmas que elaboramos sobre la base de la generalización de nuestra propia experiencia científica); sino que son mas bien teorías de un rango intermedio, que tienen elementos de la gran teoría y tienen elementos de las pequeñas teorías. No hay ciencia de lo particular, decía Aristóteles. Entonces, todo intento de conceptualizar científicamente experiencias como las experiencias conflictivas de nuestra sociedad, es un intento que tiene dificultades de base, que no se me ocultan y que como verán ustedes cuando tratemos de exponer las teorías políticas contemporáneas, están allí dificultando, perturbando, obstaculizando nuestro análisis.
A riesgo de repetir lo que muchos de los expositores de este seminario han planteado, yo voy a tratar de conceptualizar la idea del conflicto, por de pronto para saber de qué estamos hablando cuando hablamos de conflicto, porque si no, corremos el riesgo de que en esta exposición que voy a hacer, conflicto es todo o negociación es todo. Entonces, conflicto adquiere una tal latitud, una tal generalidad ese concepto, que no nos sirve para nada; o sirve para todo o no sirve para nada.
En consecuencia, voy a intentar una conceptualización. No me atrevería naturalmente a una definición. Para ello habría que transitar la literatura sobre estrategia y sobre teoría del conflicto que ustedes habrán visto en las reuniones de ayer o verán en las que vienen. Yo creo más útil, sin embargo, proceder del modo como se suele hoy proceder al afrontar los temas de conflicto. Es decir, mas bien a identificar ciertas características que tienen las situaciones conflictivas o los conflictos, características que no deben presentarse todas al mismo tiempo y del mismo modo. Son rasgos generales de aquellas situaciones que llamamos conflictivas y que son las que nos interesan para esta conceptualización.
Veremos ciertas proposiciones generales sobre el conflicto, npotas generales sobre la noción de conflicto. Algunas resultarán obvias, pero creo que deberíamos subrayarlas.
La primera es la idea de que el conflicto social surge de una situación relacional, de interacción entre dos o más partes. Es decir, el conflicto supone un tipo de relación social que es la relación de interacción, en el cual, acciones y reacciones de ambas partes o de muchas partes, entran en contacto y establecen una relación de conflicto. No cabría pensar en el conflicto con uno mismo, o del conflicto de ideas, o del conflicto de pareceres. Estamos hablando del conflicto en el sentido sociológico-político, es decir, de aquel tipo de relación social definida por el fenómeno de la interacción.
Segundo: el conflicto que nos interesa para lo que vamos a ver en esta reunión, surge de situaciones de escasez de posiciones y de escasez de recursos, situaciones en las que se proyectan pretensiones de poder de las partes que están interactuando. Es decir, el conflicto surge ante la escasez, situaciones relativamente débiles, o fuertes, pretensiones de ambas o de todas las partes en juego para lograr imponer su poder o sus intereses en esa relación de interacción.
Tercero: el conflicto plantea una situación en la que las ganancias relativas de las partes en conflicto sólo pueden producirse a costa de pérdidas relativas de sus contrapartes. Alguien gana y alguien pierde. Esta nota nos va a ser especialmente útil cuando, en la segunda parte de este seminario, hablemos de la temática de la negociación. Hay toda una discusión sobre la noción de perder y ganar, y su aplicación a la teoría del conflicto.
Cuarto: la situación de interacción de que estamos hablando, es decir, la que opera en la base del conflicto, consiste en acciones y reacciones mutuamente opuestas. A la acción de una de las partes se opone la reacción de otra de las partes.
Quinto: el conflicto supone una tendencia temporaria hacia la dislocación del flujo de interacción entre las partes, con costos sociales, costos generales para todas las partes. El conflicto necesariamente afectará un equilibrio, romperá ese equilibrio, y lo romperá con un costo general para ambas partes, aun para aquélla que relativamente gane. No hay ganadores netos en una situación conflictiva.
Sexto: el conflicto supone un cambio en las normas que estaban rigiendo esa situación de equilibrio, y en las expectativas que rigen esas situaciones de equilibrio previas al conflicto. Después del conflicto o durante el conflicto, las normas y las expectativas de los actores en juego, habrán cambiado. El problema es precisamente, sobre la base de la negociación o sobre la fase de resolución del conflicto, la identificación de esos cambios y la evaluación del alcance de esos cambios, con vistas a la generación de un nuevo estado de equilibrio que haga posible la superación del conflicto.
Séptimo: el conflicto no interrumpe la interacción. Establece las fronteras del grupo, fortalece su cohesión, reduce su complejidad, aclara objetivos, remodela normas grupales, y contribuye al mantenimiento de la interacción en condiciones de tensión.

Bajo todas estas palabras, difíciles, discutibles y complejas, está a mi juicio la parte esencial, natural, del conflicto. Es decir, la parte que yo llamaría positiva en una relación social o en un grupo social del conflicto. Si el conflicto hubiera degenerado y roto la interacción, simplemente habríamos perdido la posibilidad de hablar de una situación de equilibrio y reequilibrio. Para que exista conflicto en el sentido creativo, el grupo o la relación de equilibrio tiene que subsistir. Eso ocurre en las sociedades, naturalmente, pero no ocurre en otros tipos de organizaciones voluntarias donde el resultado del conflicto puede ser, lisa y llanamente, la disolución o la desaparición del grupo. En la sociedad política, en el orden político, el conflicto no interrumpe la interacción. Ella seguirá estableciéndose.
Precisamente, del modo como se gerencie o se administre el conflicto, resultará si el conflicto puede o no superarse. Si se supera, habrá establecido las fronteras del grupo, los límites de las partes, la frontera del grupo hacia afuera y las fronteras internas del grupo social o del orden político establecido, fortalecerá la cohesión precisamente por esa mejor demarcación de las fronteras externas e internas del grupo, reducirá la complejidad (en este sentido, estamos usando analógicamente el concepto de la teoría general de sistemas de complejidad, es decir, la idea de que las sociedades y sobre todo las sociedades contemporáneas, son sociedades enormemente diferenciadas, complejas, y en consecuencia esencialmente conflictivas. El conflicto forma parte de la fisiología natural de las sociedades contemporáneas y, por lo tanto, la resolución del conflicto implica precisamente por esta función de restablecer las fronteras del grupo, fortalecer su cohesión, implica reducir la complejidad, hacerla más administrable, más manejable, por los diversos integrantes del cuerpo social); aclara los objetivos del grupo social (muchas veces porque la situación del conflicto conlleva la primacía de ciertos grupos sobre otros grupos, o el definitivo apartamiento de una situación en la cual los objetivos son contradictorios, implica concertación, conciliación, recomposición de objetivos. Por ello, en este sentido utilizo la palabra “aclara objetivos”); remodela normas grupales (ya les dije que jamás las normas y las expectativas que regían en una situación de equilibrio volverán a ser las mismas después del conflicto); y contribuye al mantenimiento de la interacción en condiciones de tensión. ¿Por qué?
Porque la tensión es connatural también, esencial, inherente a la complejidad de la sociedad y, en consecuencia, la tensión es insoslayable. El problema es cómo se mantiene la interacción por sobre la inevitable tensión de la sociedad. La teoría política del conflicto no nace - como ven ustedes - de una nueva situación que vivan las sociedades postindustriales, etc. Nace de algo tan viejo como la pregunta que ya se hicieron los griegos acerca de la totalidad: por qué es la sociedad y no el grupo de individuos aislados; qué es lo que hace que un grupo de individuos aislados con valores, intereses, objetivos y motivaciones diversas, constituya una sociedad. Esta pregunta, vieja como la filosofía misma, la pregunta por la totalidad, está en la base de la teoría política del conflicto. Es decir, qué hace que por sobre la inevitable tensión entre los intereses de los individuos, hay algo que los une y que marca la continuidad, la permanencia de la relación social, es decir, que mantiene la interacción por sobre las condiciones naturales de tensión.
Esta rápida recorrida por ciertas notas de la noción de conflicto, me libera de la necesidad de una definición. Las definiciones, como decimos los abogados, siempre son peligrosas porque abarcan mucho y, en temas como éste, abarcan nada, diría yo. Pero plantea, junto a esas ventajas, las dificultades de retener todos estos enfoques. No es casual el orden y el modo en que los he expuesto, puesto que se encadenan en lo que ahora voy a tratar, que es ofrecerles un cuadro de cómo veo la teoría política actual y su relación con la idea del conflicto. La propia idea de conflicto requeriría todo un seminario entero para ver cómo está la idea del conflicto en el pensamiento clásico o en el pensamiento moderno, o en el Renacimiento, o en la gran teoría contractualista de los siglos XVII y XVIII. En fin, todo eso desgraciadamente está lejos de nuestro alcance y me voy a limitar a la teoría política contemporánea.
Para eso, voy a usar un lugar común en la literatura sobre el conflicto; lo voy a usar porque es útil, porque lo vamos a entender muy fácilmente, aunque creo que todos vamos a tener las mismas reservas respecto a este tipo de esquematización. Hay toda una tradición de reflexión sobre el conflicto: Raymond Aron es uno de sus máximos exponentes; Ralph Darendorf, el gran sociólogo alemán es otro de los exponentes, para mencionarles a dos sociólogos y pensadores que se ubican en campos opuestos; no campos ideológicos ni políticos. Ambos fueron - Darendorf lo es todavía - representantes eximios del liberalismo europeo, pero ambos se ubican en dos tradiciones de pensamiento distinto: Raymond Aron dentro de una teoría que reclama para sí la continuidad con el viejo pensamiento clásico del orden político como un orden armónico, orden político basado en la idea de equilibrio; y Darendorf, por el contrario, una tradición tan vieja como ésa, que reconoce en Marx tal vez, a su principal expositor, que ve al orden político como basado en la idea fundamental de conflicto. Es decir, equilibrio versus conflicto. Bueno, ambos han fundado en la literatura sobre el conflicto y sobre estrategia, una tradición de distinguir dicotómicamente dos tradiciones: una tradición que podemos llamar funcionalista y una tradición que podemos llamar conflictivista.
La tradición funcionalista reconoce obviamente a los pensadores de la Ilustración y a Weber en su origen, en general a los padres de la sociología; y la tradición conflictivista reconoce a Marx entre sus padres. Todo esto es discutible. En los padres fundadores de la sociología hay tanto a favor del conflicto como generador del orden social, como a favor del orden y del equilibrio. Lo mismo ocurre en Marx donde no todo es conflicto, sino que también contiene una idea fuertemente funcionalista del orden social. Pero, esta dicotomía es útil para por lo menos transitar lo que vamos a ver dentro de un momento que son las teorías políticas actuales y la idea del conflicto.
Aquí se distinguen funcionalismo y conflictivismo. Darendorf, en su libro clásico El conflicto en la sociedad contemporánea, ofrece una tabla donde para el funcionalismo, para la tradición funcionalista, la sociedad es ante todo una combinación persistente, permanente, estable, de elementos distintos (individuos, grupos sociales, agrupaciones naturales, agrupaciones voluntarias, la sociedad política, roles, funciones, etc.). La sociedad es un conjunto permanente o estable de elementos. Para el conflictivismo, en cambio, la sociedad es cambio, cambio permanente en todas las esferas de la vida social, en todo momento y en todo lugar. La ubicuidad del cambio es total. La idea de permanencia en el funcionalismo y la idea del cambio en el conflictivismo.
Para el funcionalismo, la sociedad es una configuración bien integrada, bien ensamblada de elementos. Los elementos de la vida social juegan, interactúan armónicamente en una especie de mecanismo en el cual todo depende de todo, todo tiene que ver con todo; y la alteración de uno de los factores implica simultáneamente, alteración en su relación con los demás elementos de la sociedad, y con el todo de la sociedad en su conjunto. La idea de sociedad-mecanismo, la idea de mecanismo bien ensamblado, que viene desde la Ilustración y desde la gran teoría contractualista de los siglos XVII y XVIII.
Frente a esto, la idea conflictivista es la de una sociedad como conflicto permanente y único. Es la de una sociedad-cambio y también conflicto, porque “cambio” puede no ser un cambio conflictivo. Es cambio y además es conflicto, tan permanente y tan ubicuo, en todo momento y en todo lugar, como la misma idea de cambio.
Tercera proposición: para el funcionalismo todo elemento de una sociedad contribuye a su funcionamiento; todo elemento, todo factor de la sociedad tiene que ver con el todo, como dije hace un momento, y su funcionamiento inevitablemente opera sobre el resto. El estado ideal o natural de la sociedad es el equilibrio. Frente a esto - tercera proposición del conflictivismo - todo elemento de una sociedad contribuye a su cambio, a su estado de cambio.
Los corolarios de ambas son conocidos por ustedes. Para el funcionalismo, toda sociedad se funda en la idea de consenso; para la tradición del conflictivismo, toda sociedad se apoya en la idea de coacción, de dominación. Esto representará dos imágenes muy distintas del poder político, del mando, de la obediencia, de libertad, de la igualdad, de los límites del poder, de las instituciones, de los controles y límites mutuos entre las instituciones, de las competencias, etc. Es decir, la idea de consenso que está a la base de las instituciones, a la base de la formación del poder político y a la base del ejercicio del poder político; y por el otro lado, la idea de dominación o coacción, la idea de que hay dominadores y dominados; la idea de que en toda sociedad, la relación mando y obediencia define la propia noción de orden social y de orden político.
Estas son dos tradiciones; una tradición ha estado presente en la democracia liberal; la otra tradición ha estado presente en la idea conflictivista y el marxismo ha sido visto como una concepción que expresa el conflictivismo. Creo que todo esto implica una fuerte dosis de esquematización, pero nos sirve para ordenar por lo menos algunos conceptos.
Dicho esto, les voy a proponer la descripción de algunas teorías políticas contemporáneas, tal cual surgen en estas dos tradiciones. Usaré como punto de partida, como premisa mayor, esta distinción entre funcionalismo y conflictivismo, para tratar de identificar algunas concepciones, no todas, porque hay infinitas concepciones filosófico-políticas e infinitas concepciones respecto a la idea de conflicto mismo. En efecto, la ciencia social es ante todo una reflexión sobre el conflicto desde muchos puntos de vista. Naturalmente, esto implica que toda concepción filosófico-política, de alguna manera aborda en algún momento el tema del conflicto. Hacer un ejercicio de identificación de la problemática del conflicto en cada una de las concepciones teóricas, es una tarea bastante posible, pero absolutamente lejana de nuestras posibilidades.
Para eso, suelo usar un cuadro con algunas correcciones, cuadro que surge en gran parte de las propuestas de algunos textos actuales sobre la teoría democrática. Tiene varios orígenes y no vale la pena en estos momentos citar las fuentes.
El cuadro presenta dos grandes tradiciones. La tradición de la democracia liberal y la tradición que podemos llamar, muy genéricamente, del marxismo. La democracia liberal produce dos grandes vertientes ya desde sus comienzos en el constitucionalismo liberal de fines del siglo XVIII, comienzos del siglo XIX. Y son: por una parte lo que llamaríamos la democracia protectiva y, por otra parte, lo que llamaríamos la democracia de desarrollo.
La democracia protectiva tiene su punto de partida en la noción de conflicto. Esta democracia está naturalmente fundada en el principio de la voluntad popular y tiene por objetivo establecer una regla de organización del poder político, que protege a los ciudadanos, en primer lugar del poder político mismo; en segundo lugar, a los ciudadanos de los ciudadanos mismos. Implica reglas y principios. Más adelante podemos codificar lo que estoy mencionando. La idea base es que el contrato social tiene una finalidad que es la de proteger a los individuos de sí mismos - me estoy refiriendo al contrato social en su versión rousseauniana - o del Estado, según la teoría del contrato social, según la versión liberal. La teoría de la divisíón de poderes, que lleva a constituirse en la mejor limitación frente a los desbordes del poder político, está en la base de esta idea protectiva de la democracia. El compromiso democrático, el contrato social, es un contrato protector frente a la posibilidad de que la sociedad natural, librada a sus propias tensiones y a sus propias fuerzas, es esencialmente una sociedad conflictiva y de un conflicto capaz de anular la propia interacción social, capaz de romper el lazo social. Entonces, la democracia es ante todo, un mecanismo de domesticación diríamos, de civilización del conflicto, de traducción del conflicto de la sociedad natural, a términos institucionales. Es decir, la institucionalización del conflicto.
Frente a esta tradición existe otra tradición que es casi paralela, que es la tradición de la democracia de desarrollo. La democracia no es un organismo de protección del individuo frente al Estado y frente a los individuos mismos, sino es un mecanismo de proyección del individuo, de maximización de las posibilidades del individuo y de los grupos sociales, frente a las limitaciones a que el propio estado de naturaleza lo somete. La idea de derechos individuales, la idea del Estado como promotor de oportunidades para el individuo, está aquí muy presente. Las políticas keynesianas, las del Estado de bienestar, las del Estado providencia, la idea de que por una parte el Estado debe ser ante todo un mecanismo promotor de oportunidades virtales, y la idea de que los derechos individuales son ante todo mecanismos que nos permiten desarrollar nuestros propios modelos de vida personal, están aquí. Esta idea de democracia como maximización de nuestras oportunidades y de nuestras condiciones como individuos, es una idea distinta a la de democracia protectiva. Pero ambas concepciones coexisten, si bien con un leve desfasaje histórico y están a la base de la democracia liberal.
Aquí también la idea de conflicto está presente, porque el conflicto surge precisamente de la escasez, escasez que impide diríamos, en un juego de suma-cero, el desarrollo de las potencialidades de los individuos. De la democracia de desarrollo sigue la llamada democracia radical, en el sentido de “radical” del pensamiento anglosajón: la democracia que plantea la situación del individuo como maximizador de oportunidades y de sus capacidades, frente al cuerpo social. Ideas tales como la “desobediencia civil”, son ideas básicas de esta democracia “radical”. La idea de que el individuo, en una defensa diríamos intemperante de sus propios derechos y libertades personales, prevalece sobre el cuerpo social, y el beneficio del todo o del beneficio del común, está precisamente en esta proyección ilimitada de los intereses individuales.
Esta democracia “radical” continúa hacia el “neopluralismo” o el “neocorporativismo”, que es una proyección más contemporánea, donde la idea de conflicto ya no está planteada en términos individuales, sino en término de un reconocimiento de la existencia, en el nuevo escenario de las democracias contemporáneas, de agrupaciones, grupos de interés, sectores de poder que tienen una presencia sustantiva y que la democracia debe reconocer, debe integrar.
Toda la teoría de la democracia de desarrollo y toda la teoría de la democracia “radical”, son volcadas a una valorización del corporativismo, en términos muy distintos al viejo corporativismo fascista o al viejo corporativismo conservador propio de la Europa del siglo XIX. Hay una valoración del corporativismo como modo de proyectar la idea de una democracia de desarrollo o de una democracia de defensa radical de los derechos individuales. Esta es la tradición que viene de la democracia liberal, atraviesa la democracia de desarrollo, y a través de la democracia radical, llega al “neocorporativismo” o “neopluralismo”.
En cambio, en la tradición de la democracia protectiva, se sitúan las teorías hoy nuevamente de moda, “elitistas” de la democracia, que reconocen en Shumpeter a uno de sus grandes expositores. La idea de que la democracia ante todo es un compromiso de protección de la sociedad, sociedades masificadas, sociedades que no hay más remedio que protegerlas, puesto que el Estado es el único capaz de afrontar las inversiones y los servicios básicos que hacen posible la libre competencia, la circulación de las élites, y que parte de la base también de que la democracia es simplemente un mecanismo de adjudicación del poder político, de identificación de los portadores del poder político, cuya misión no es otra que la de garantizar reglas de juego para la competencia libre, para la circulación de las élites. Esta idea, que viene a unirse con el corporativismo clásico (recuerden ustedes la relación que existió entre las teorías elitistas de la democracia de los años veinte y treinta, y las ideas corporativistas clásicas del fascismo; entre Shumpeter, Mosca, o Wilfredo Pareto, hay lazos no sólo doctrinarios sino también ideológicos muy importantes). Este es el corporativismo clásico, distinto del neocorporativismo que tiene, de aquella otra vertiente, un ingrediente mucho más revolucionario, de mucho mayor aperturismo, diríamos anticonservador de lo que tenía el corporativismo clásico.
Los parentescos que establezco entre teorías como la teoría del fin de las ideologías, o las teorías más actuales de la crisis de la gobernabilidad, todo esto es el conjunto de influencias doctrinales, todas partiendo de la idea de conflicto, de la idea de sociedad como acosada por el temor del conflicto, de la sociedad como necesitada de operar respuestas frente a las demandas que el cambio social introduce en la sociedad, desafiando la capacidad del Estado para responder a ellas, y que obligan a reformas institucionales que hagan que el Estado sea capaz de responder efectivamente a esas demandas. Todas confluyen en una idea de democracia, la democracia legal, muy cerca de los planteamientos actuales e ideológicos de la nueva derecha, que sería una de las vertientes que hoy tiene el pensamiento democrático, que hereda a la democracia elitista el neocorporativismo, etc.
La otra tradición parte de una preocupación totalmente distinta. Ya no es la necesidad de que el Estado y el poder político, y que el orden político garanticen el equilibrio, restauren el equilibrio. El equilibrio es imposible pues lo esencial en la sociedad es el conflicto. La creatividad, la evolución social, el progreso, son una función del conflicto. De alguna manera, el orden social debe precisamente citar al conflicto en el centro de la teoría social, para dar respuesta a esa especie de desfasaje que hay entre las demandas que crecen por parte de la sociedad y las capacidades que decrecen por parte del Estado.
Si atravesáramos toda la etapa que históricamente ocupa la democracia protectiva, la democracia radical, la democracia competitiva que está ocupada por la teoría soviética del derecho y del Estado, nos encontramos con que el momento en que una tradición y otra se compenetran, o dialogan o se encuentran, es con la aparición de las teorías neomarxistas del Estado, durante los años sesenta, donde la idea del conflicto es muy parecida a la idea del conflicto de las teorías neocorporativistas, o de la democracia elitista, etc.
¿Por qué? Porque estamos situados en momentos en que la teoría marxista tiene que dar respuesta al problema del poder político. Es un problema que no había ocupado a los clásicos del marxismo, porque Marx tenía una teoría de la sociedad, teoría de la economía; no tenía una teoría del poder político; teoría del partido y de la revolución, pero de alguna manera la teoría del Estado no estaba presente en el marxismo porque no era una preocupación del marxismo. El Estado era la oficina de negocios de la clase burguesa, de manera que lo que había que estudiar era el proceso de su desaparición, de su extinción definitiva en el marco de la sociedad sin clases. Estamos situados en un momento histórico donde los partidos de orientación marxista ven la posibilidad y sólo la alternativa válida en la vía democrática.
En consecuencia, las teorías neo-marxistas del Estado vienen a dar respuesta a la necesidad de una conceptualización del conflicto, no en término de maximización del conflicto, sino de integración, de administración del conflicto. Entonces, aquí es el primer momento donde nosotros advertimos - y el tema del corporativismo es un tema central de ese momento - advertimos la primera vez en que existen nexos o problemas comunes, y esos problemas comunes son los problemas que surgen precisamente de una conceptualización del problema del conflicto en las sociedades contemporáneas.
Aquí situaría una gran cantidad de teorías. Yo, simplemente de un modo ejemplificativo he expuesto la teoría de la sociedad unidimensional; Marcuse está allí; la teoría de la crisis de la legitimación, etc.; el neocorporativismo, no en su vertiente nutrida por el pensamiento - diríamos - liberal-democrático, sino el neocorporativismo que surge del neomarxismo. Y concluyen en una teoría de la democracia opuesta a la democracia legal. La democracia legal recupera la idea del Estado de derecho: la libertad es peligrosa, debe estar sometida a la ley; teoría del principio de la ley sobre la libertad, la ley sobre la igualdad; la ley es la razón y la ley protege de los desbordes de la igualdad y de la libertad.
Tenemos aquí la democracia participatoria, es decir la superación del conflicto por la vía del establecimiento de mecanismos participatorios que den a la sociedad un estado de movilización integral, de modo que el conflicto quede así dominado por la vía de su integración como gran mecanismo motor, gran mecanismo incentivador de los procesos de participación. Frente a una sociedad bloqueada surge la ley-control para solventar sus problemas; en ella, la participación aparece como una válvula de escape de la presión que ejercen los bloqueos sociales sobre la sociedad.
Para finalizar estos primeros 45 minutos, trataré antes de cerrar este panorama general de las teorías del conflicto, las teorías actuales del conflicto, afirmando que no hay ningún rincón en la teoría política contemporánea - estoy refiriéndome primordialmente a la teoría del Estado; advertirán ustedes que están ausentes una cantidad de aspectos de la teoría política; me estoy refiriendo más precisamente a la teoría del gobierno -; como dije, no hay ningún rincón de la teoría del gobierno que no afronte el problema del conflicto. Puesto que situados en la perspectiva de la crisis de las sociedades actuales, no habría más remedio que responder a la vieja cuestión ya presente en el pensamiento clásico, bajo qué condiciones es posible a un orden político, a un orden social, procesar las demandas sociales crecientes, que los procesos de modernización imprimen a la sociedad. La respuesta de la democracialiberal y la respuesta del marxismo, son distintas.
Aquí, simplemente he expuesto el encadenamiento de ideas que de alguna manera está prevaleciendo en el panorama contemporáneo, aunque no me he detenido en el mecanismo explicativo. De un modo muy rápido, diría que las respuestas pluralista y marxista serían más o menos las siguientes. Por supuesto, como respuestas a la sobrecarga de los ordenamientos políticos contemporáneos.
La teoría pluralista reconoce el ámbito de la política y el ámbito de la economía. El ámbito de la política implica una idea del poder, que es la idea democrática del poder; es ejercido ante todo por la voluntad popular a través de sus legítimos representantes. El mecanismo de la decisión propio de la teoría democrática, de la teoría pluralista; es el mecanismo de la regla de la mayoría, es su principio fundamental. Y la idea de gobierno, que está centrada en la idea de la división de poderes. El gobierno es ejercido por tres esferas o muchas más esferas en la evolución del poder político contemporáneo. El ámbito de la economía implica la teoría del mercado y, por otro lado, la idea de políticas públicas en el sentido keynesiano.
Hay, en la teoría económica del pluralismo democrático, una coexistencia conflictiva entre el mercado y las políticas públicas, de espontaneidad del orden dado de la economía y de capacidad, de posibilidad del Estado de transformar ese orden dado. Pues bien, la relación que existe en las democracias contemporáneas, siempre en la perspectiva pluralista, entre la política y la economía, en el marco de un proceso de modernización, implica un incremento de expectativas - lo que llamaban los sociólogos hace años, el círculo vicioso de las expectativas: aumentan las expectativas, esto refuerza las aspiraciones, las demandas, las insastisfacciones frente a los límites sociales para satisfacer esas expectativas; pueden ser límites políticos, límites culturales, límites económicos -; y es la limitación de las aspiraciones o de las demandas al nacimiento de presiones sectoriales, de los grupos de presión, de los factores de poder que representan esas expectativas. Esta presión sectorial lleva a un debilitamiento de las políticas públicas. Este debilitamiento de las políticas conduce a su vez a un crecimiento de las expectativas, a su nuevo incremento ante la certidumbre de que el Estado es débil y que las políticas públicas son concesivas. Entonces, las expectativas se proyectan aun más.
La respuesta de un Estado débil frente a la fuerza de esos grupos de presión, son las políticas de concertación. Es el modo como las democracias contemporáneas administran el conflicto. Esto genera mecanismos adicionales de expectativas, institucionaliza a los grupos de presión y a los factores de poder. De alguna manera las presiones sectoriales quedan incorporadas institucionalmente al mecanismo decisional de la democracia. Crisis fiscal del Estado, incapaz de responder a esta presencia de expectativas y presiones sectoriales crecientes. Y crisis general, puesto que la crisis del Estado se proyecta hacia la sociedad en la economía individual que, al fin y al cabo, es la encargada de administrar o de financiar el aparato estatal. A su vez, esta crisis repercute sobre la insatisfacción ante los límites sociales a las expectativas, y por otro lado, nuevamente tiende a alimentar o realimentar los mecanismos de generación de expectativas.
Esta es la teoría que hoy podemos llamar del “círculo vicioso” de las expectativas, que está presente en toda la teoría democrática de raíz conservadora y neoconservadora: la idea de la crisis de la gobernabilidad, la crisis de la democracia, la sociología política funcionalista, la teoría de la institucionalización, etc. Esto sería de alguna manera el modo cómo, desde la perspectiva pluralista, se avizora la presencia del conflicto, cuáles son los términos del conflicto y sobre qué andariveles debe, en consecuencia, transitar una teoría política de una democracia basada en el fenómeno del conflicto como fenómeno fundamental.
En el caso del mraxismo, un cuadro probablemente esquemático nos llevaría a lo siguiente. En él, también la política y la economía son dos esferas separadas. Esto es un presupuesto, como les decía al principio, del pensamiento moderno que comparten tanto el liberalismo democrático como el marxismo: la idea que la política está separada de la economía y ambas de la vida individual. Esto era impensable para el pensamiento social previo a la Ilustración, en el cual la economía, la política, estaban claramente implicadas en una teoría general de la comunidad. De todas maneras esto no nos interesa. Nos interesa que política y economía, nuevamente están separadas. Pero en el marxismo no está presente como en la teoría pluralista, la idea de armonía, de equilibrio y de consenso, como idea fundamental.
Aquí la idea no es armonía sino conflicto; la idea no es consenso sino lucha; y en consecuencia, la idea básica, los principios reguladores de la política, son el conflicto político y la presencia de las contradicciones sociales operando en el fondo de la vida política. Los dos principios reguladores de la economía; la idea de la producción social y plusvalía individual; esto no es nuevo; es parte de la “vulgata” diríamos del marxismo; todo podría ser discutido, pero de todas maneras, para entendernos, ambas dimensiones política y economía, influyen sobre lo que los clásicos del marxismo llamaron la inestabilidad y la crisis crónica del sistema capitalista. Librado a sus propias fuerzas, el sistema genera crisis y contradicciones permanentes, que lo irán llevando hasta una crisis o una contradicción definitiva.
Esta crisis crónica del sistema - estamos hablando en el plano del neomarxismo; ustedes recuerden los primeros conceptos que dimos sobre las teorías - genera un compromiso regulador del Estado. El Estado debe intervenir cada vez más, debe regular para defender, en primer lugar, a la clase burguesa, que son sus mandantes; y en segundo lugar, para poder administrar o controlar los efectos de la crisis crónica del sistema. Esto lleva a un incremento del costo de esta intervención y a la complejidad del aparato estatal, que deja de ser un aparato simple, meramente dominador, como en el paradigma que mostraba el manifiesto comunista, para convertirse en un aparato cuya descripción es muy parecida a la que hace la teoría política de la democracia, desde la perspectiva pluralista. Crisis fiscal del Estado como consecuencia del costo y de la complejidad de las funciones; crisis de racionalidad (la relación mando-obediencia-expectativas-motivaciones se ve fragmentada, precisamente por la brutalidad de la intervención del aparato estatal); crisis de confianza en las instituciones; crisis de legitimidad, de motivación en las sociedades; y en consecuencia, necesidad de un control represivo sobre las demandas sociales. El Estado debe operar deflactando, presionando hacia abajo esas demandas; de alguna manera operando protectoramente frente a un conflicto que ya no está generado por el crecimiento de las expectativas, propio de esa maximización de los intereses individuales en que pensaba la democracia pluralista. El conflicto, por lo tanto, ya no es una anomalía: el conflicto es la esencia del proceso económico y político moderno.
Todo esto conduce, esta crisis de legitimidad, a una transformación paulatina del orden establecido. La vieja idea de una quiebra abrupta y de un estallido final del sistema capitalista, y del Estado como su aparato de dominación, queda superada por la idea de un tránsito paulatino, ocasionado por este otro círculo vicioso, círculo vicioso más restringido en su alcance, que produce los mismos efectos que están en la conceptualización de los teóricos de la democracia pluralista.
Ven ustedes aquí cómo dos tradiciones - la funcionalista y la conflictivista - recorriendo la compleja ramificación de teorías a menudo opuestas, distintas, confluyen en una descripción que no es significativamente distinta. Lo que une a ambas es un reconocimiento del conflicto como factor fundamental en las sociedades contemporáneas. Y, por lo tanto, lo que une a ambas es una vocación por articular una teoría política del conflicto que haga posible esta continuidad, esta permanencia, por sobre la tensión de los factores en conflicto. Nuevamente ven ustedes cómo en la teoría política contemporánea, están presentes todos aquellos motivos originarios de las ciencias sociales.
Una teoría fructífera para ver los alcances de ambas tradiciones, es precisamente descender a una especie de arqueología de las ciencias sociales, cuáles son esos motivos fundamentales - tradiciones, las llamé al principio - que están operando en estos modelos, en estas reconstrucciones. Puedo ser todo lo esquemático que ustedes quieran, pero ven ustedes cómo, desde la tradición fundacional de la sociología, hasta los teoremas de la crisis del capitalismo, de la crisis de la gobernabilidad, de la racionalidad, de la legitimidad, etc., hay una continuidad profunda que, a mi juicio, es uno de los hilos conductores de cualquier teoría política del conflicto que quiera tener algo que ver con lo que efectivamente pasa en el Estado contemporáneo. Muy rápidamente, señores, ésta ha sido mi exposición.

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