viernes, 31 de julio de 2009

La aldea global es una novela negra



TRIBUNA: JAVIER VALENZUELA
Las obras policiacas y de espionaje narran con crudo realismo los entresijos del mundo. De ahí su popularidad. Petroleros, vendedores de armas, especuladores, politicastros y sicarios son, entre otros, sus nuevos villanos
Resulta que Suecia no es lo más parecido a un paraíso de libertad y justicia. Allí también hay empresarios corruptos, funcionarios venales y machistas asesinos. Debemos este descubrimiento a las novelas de Henning Mankell y Stieg Larsson, pero habríamos podido intuirlo si en su momento, hace cuatro décadas, hubiéramos tenido acceso a las obras del matrimonio formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö, con sus policías proféticamente desencantados con el modelo sueco. En cuanto a Estados Unidos, no es sólo que sus servicios secretos secuestren y torturen en Abu Ghraib, Bagram y Guantánamo, es que, cual James Bond, disponen de licencia para matar. Lo sabemos por una larga lista contemporánea de sicarios de ficción: el Jason Bourne de Robert Ludlum, el Jack Reacher de Lee Child, los Hombres de la Guadaña de John Connolly, el John Rain de Barry Eisler...
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Fin del monopolio estadounidense: este verano el mundo lee al sueco Stieg Larsson
La visión de la política internacional del género negro es más exacta que la de Fox News
¿Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia? En absoluto. En Contrato para matar, John Rain, exterminador a sueldo de la CIA, hace esta reflexión: "Algunas personas necesitan la rutina y se niegan a aceptar las consecuencias que acarrea la previsibilidad de sus movimientos. A juzgar por mi experiencia, esas personas suelen acabar muertas más temprano que tarde. El mundo sigue las reglas de Darwin".

Pues sí, el mundo se ha vuelto loco en este arranque del tercer milenio, es una jungla donde impera la ley del más fuerte, y quien mejor lo está contando es la novela negra (thriller en inglés). De ahí la popularidad actual de este género literario: la lectura de este verano vuelve a ser Larsson.
De esto se habló mucho en la última edición de la Semana Negra de Gijón, una de cuyas mesas redondas estuvo dedicada específicamente a las relaciones entre thriller y política. La conclusión fue que la novela negra está abordando con insolente realismo lo que el periodismo oculta o maquilla: la ferocidad de las luchas por el poder, la omnipotencia del dinero, el doble rasero, la manipulación del público...

Constreñida por la obligación de publicar informaciones contrastadas y por lo políticamente correcto, la prensa de calidad no puede contar de la misa la mitad; la sensacionalista, por su parte, sólo se ceba en los débiles y los rojos. Así que, como afirma la escritora escocesa Val McDermid, "hoy no existe mejor manera de arrojar luz sobre una sociedad que recurriendo a la novela negra".
Antes de dedicarse al thriller, Val McDermid fue periodista, como lo fue el fallecido Larsson y como lo son tantos de los cultivadores actuales del género. En sus biografías suele haber elementos comunes: una temprana vocación literaria, una posición política progresista y mucha amargura por no haber podido contar en la prensa todo lo que sabían sobre tal o cual cosa, sobre todo cuando había individuos, empresas o gobiernos poderosos de por medio. Tal es el caso del galés Matt Beynon Rees, creador del primer detective palestino de la historia, el profesor Omar Yusef. Entrevistado en mayo por Le Point, Rees decía: "La ficción es más cercana a la realidad que el periodismo".
En Una tumba en Gaza, una de las novelas de Rees, alguien le pregunta a Omar Yusef qué le impulsa a continuar una peligrosa investigación y éste responde: "Soy palestino. Estoy acostumbrado a comer mierda". En otro momento, Salwa, un personaje femenino, suelta: "A veces pienso que los únicos palestinos que no lloran son los muertos". Ninguna crónica, y por supuesto ningún informe de un think-tank, lo puede decir más corto y mejor.
El thriller se ha globalizado. En un doble sentido: sabemos más de cada país concreto y también sabemos más de cómo funcionan las relaciones internacionales.

Sobre lo primero: ahora leemos en cualquier parte del mundo a autores que nos cuentan cuáles son los crímenes de sus respectivas sociedades. Ya no nos enteramos tan sólo de lo que pasa en Estados Unidos (fantástico, por cierto, el relato del Katrina de James Lee Burke en El huracán del que sirva de ejemplo esta frase: "Era el Air Force One. Después de tres días, mister Bush se ha dignado venir a sobrevolarnos... Joder, no sabes lo bien que me siento ahora").

O de cómo funciona Washington (David Baldaci, en Absolute Power, contó los escándalos sexuales de la era Clinton; Leonard Downie Junior, en la reciente Rules of the Game, cuenta las intrigas de las industrias militares y petroleras de la era Bush). No, terminó el monopolio estadounidense (aunque ahí siguen clásicos vivientes como James Ellroy y Walter Mosley) y ahora también nos enteramos de lo que ocurre en Suecia (Mankell, Larsson), en Sicilia (Andrea Camilleri), en Venecia (Donna Leon), en Grecia (Petros Márkaris), en Argelia (Yasmina Jadra), en Suráfica (Gillian Slovo, Deon Meyer), en Israel (Batya Gur), en Francia (J.-P. Manchette, Didier Daeninckx, Fred Vargas), en España (Andreu Martín, Juan Madrid, Lorenzo Silva), en Reino Unido (Ian Rankin, P.D. James)...
Descarnados y cabales, los libros de estos autores ?muchos de los mediterráneos marcados por la herencia de Manuel Vázquez Montalbán? son mucho mejores que las guías turísticas para comprender sus países: quiénes mandan, cómo ejercen el poder, cómo se busca la vida la gente de a pie, cómo se practica allí lo que Raymond Chandler llamaba "el simple arte de matar"..
Pero también hay cada vez más novelas sobre política internacional: sobre las pugnas por el petróleo y otros recursos energéticos, sobre las guerras de Afganistán e Irak, sobre la tragedia palestina, sobre los inconfesables métodos de las agencias de espionaje en la lucha contra el terrorismo yihadista (El prisionero de Guantánamo, de Dan Fesperman), sobre las farmacéuticas en África (El jardinero fiel, de John Le Carré)... Y también un significativo regreso en clave negra a los años treinta del pasado siglo en busca de las razones por las que el mundo también se volvió loco entonces (Alan Furst y su El corresponsal, Philip Kerr y sus novelas del policía berlinés Bernie Gunther).
La visión del mundo que se desprende del thriller político contemporáneo es más compleja y menos maniquea que la de Fox News. Los malos no son sólo caudillos izquierdistas latinoamericanos, oligarcas rusos del gas y jeques árabes que financian redes yihadistas. Entre sus villanos también hay políticos y funcionarios de Washington dispuestos a cualquier cosa con tal de que el viejo imperio siga mandando sin que nadie le chiste. Y mucha gente de la CIA que intercepta movimientos, conversaciones telefónicas y accesos a Internet allí donde les place. Y cardenales maquiavélicos del Vaticano, banqueros suizos corroídos por la hipocresía, especuladores financieros e inmobiliarios de múltiples pelajes... y hasta un primer ministro británico (El poder en la sombra, de Robert Harris) que, por oscurísimas razones, arruina su brillante carrera política para ponerse al servicio de Bush.
El triunfo universal de un capitalismo rapaz, el comienzo del declive estadounidense, la resurrección de Rusia y China, el crecimiento de India y Brasil, la acción de terroristas y traficantes multinacionales, el resurgir de los fundamentalismos nacionales y religiosos, todo eso ha convertido el planeta en un campo de batalla... y en un semillero de argumentos para los escritores. En la escena negra global es difícil distinguir a los buenos de los malos: todos piensan que el fin justifica los medios, todos usan móviles encriptados, piratean en Internet y tienen cuentas secretas en paraísos fiscales, y, si es menester, todos matan.

En las novelas actuales los narcos no los únicos que contratan sicarios, también lo hacen gobiernos respetables. Ahí está Gabriel Allon, restaurador de arte y asesino al servicio del Mossad, creado por la imaginación de Daniel Silva, norteamericano de origen portugués y también ex periodista. Gabriel Allon es un verdugo con conciencia: le asaltan con frecuencia las dudas, pero su reclutador, el Viejo, siempre acaba convenciéndole de que sus crímenes tienen una buena causa: Israel y el pueblo judío.
Situadas en Berlín, Shanghái, Sao Paulo, Dubai, Ciudad del Cabo o Singapur ¬-las capitales emergentes del thriller- o en Nueva York, París, Londres, Moscú o Hong Kong -las clásicas-, estas novelas ofrecen al lector mucho más que entrenamiento: ofrecen una luz cruda sobre los acontecimientos actuales y, en ocasiones, lo que el crítico Steve Goldstein llama "el oscuro regalo de la profecía".

Recuérdese que el 11-S fue anticipado en un best-seller de Tom Clancy.
El ensayista canadiense John Ralston Saul afirma: "Quizá el espionaje sea uno de los últimos refugios de la novela crítica y con peso político". Fortalecida tras el 11-S, el nacimiento de esta rama del árbol negro se remonta a 1909, cuando Joseph Conrad publicó El agente secreto, un libro en el que, a través de un anarquista, predijo la muy contemporánea figura del terrorista suicida. En la primera mitad del siglo pasado los británicos Eric Ambler (La máscara de Dimitrios) y Graham Greene (El tercer hombre, El americano impasible, Nuestro hombre en La Habana) dieron a la novela de espionaje el prestigio que cuajaría en la figura de John Le Carré.
Gran cronista de la guerra fría, es admirable cómo John Le Carré está acertando también en el relato de nuestro tiempo.

El heredero de Conrad, Ambler y Greene sintetizó así el disparate de Irak en Amigos Absolutos: "Cada guerra es peor que la anterior, señor Mundy. Pero ésta es la peor que he visto si nos referimos a las mentiras. Da igual que haya acabado la guerra fría. Da igual que estemos globalizados, que seamos multinacionales o lo que sea. En cuanto suena el tam-tam y los políticos despliegan sus mentiras, ahí tenemos los arcos y flechas y la bandera y la televisión las veinticuatro horas del día para todos los ciudadanos leales. Tres hurras por las explosiones y qué carajo importan las bajas mientras sean del otro lado. Y no me venga con esa gilipollez de la Vieja Europa. Aquí nos encontramos con la América más vieja de la historia: fanáticos puritanos que asesinan a los salvajes en nombre del Señor. ¿Qué hay más viejo que eso? Fue genocidio entonces y es genocidio ahora". Claro, directo y veraz.
"Cuando se mete en política", escribe el comentarista francés Patrick S. Vast, "el género negro tiende a rascar donde pica, a no caer en el consenso y en lo políticamente correcto. Impertinente, incluso liante, está cerca de la gente, de sus interrogantes, de sus problemas". Tal como están las cosas, y si Obama no logra detener la caída del mundo por la pendiente ?y tiene poderosos enemigos dentro y fuera intentan maniatarlo?, al thriller no le van a faltar temas para las próximas temporadas. ¿Qué tal, por ejemplo, una novela sobre un político mediterráneo que se dice adalid de los valores familiares católicos al tiempo que monta orgías con jovencitas en su Villa Viagra?

jueves, 9 de julio de 2009

Robert K. Merton



Robert King Merton, sociólogo estadounidense nacido en Filadelfia el 5 de julio de 1910, y muerto en Nueva York el 23 de febrero de 2003. Es el padre de Robert C. Merton, reconocido financista.
Padre de la teoría de las funciones manifiestas y latentes, y autor de obras como El análisis estructural en la Sociología (1975), Merton es uno de los clásicos de la escuela estadounidense de esta disciplina. También fue importante su labor en el campo de la sociología de la Ciencia. Muchas frases acuñadas por él son hoy utilizadas diariamente, dentro y fuera de la sociología.
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Biografía [editar]
Nacido en el seno de una familia judía emigrada del este de Europa, su nombre de nacimiento fue Meyer Schkolnickzó. Realizó su doctorado en la Universidad Harvard, del que se recibió en 1939, y en 1941, comenzó a enseñar en la Universidad Columbia de Nueva York.
Allí, junto a Talcott Parsons, desarrolló la teoría sociológica estructural-funcionalista, que privilegia un análisis microscópico de la sociedad, analizando las partes que la integran y la relación entre ellas. Permanecería enseñando en la Universidad de Columbia hasta 1979.
Murió en Nueva York, a los 92 años, en 2003.

Teoría sociológica [editar]

Teoría funcional-estructuralista [editar]
Es uno de los padres de la escuela estructural-funcionalista. Para Merton, la sociedad es un sistema que está constituido por una estructura que permanece en el tiempo, siendo un sistema un conjunto de elementos interdependientes, en equilibrio y que tienen la posibilidad de crecer. Por este motivo, a la teoría se la ha denominado sistémica. Eso es tomado de la Teoria parsoniana
Los elementos que integran el sistema son subsistemas interdependientes, que cumplen funciones sociales necesarias para el funcionamiento, regularidad y estabilidad de todo el sistema. Cada subsistema cumple una función. Si cumple con sus objetivos se le denomina funcional, y, en caso contrario, disfuncional.
Merton considera a la estructura como un sistema de relaciones relativamente estables entre las partes de un conjunto, y la estabilidad deriva de la permanencia de los actos sociales más allá de las personas.

Tipos de funciones [editar]

Funciones manifiestas [editar]
Las funciones manifiestas son aquellas que presentan consecuencias objetivas para la sociedad (o cualquiera de sus partes), reconocibles y deseadas por las personas o grupos implicados. Son aquellas funciones o efectos que se producen en la sociedad y que son en primer lugar positivas, en segundo lugar dichos fines son explicitados por los edictores de las normas y, en tercer lugar, reconocidos por los edictores de las normas (se reconoce que la norma es útil para dicho fin).

Funciones latentes [editar]
Las funciones latentes son aquellas que contribuyen a la adaptación social o a otros objetivos pero, simultáneamente, no son deseadas o reconocidas por la sociedad o el grupo.
Un gran ejemplo de función latente es el proceso de socialización llevado a cabo en el colegio. Aparte de los conceptos básicos que enseñan (función manifiesta) aprendes a comportarte.

Bibliografía [editar]
Merton, Robert K. (1980). Ambivalencia sociológica y otros ensayos. Espasa-Calpe. ISBN 978-84-239-2519-3.
Merton, Robert K. (1984). Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII. Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-2408-2.
Merton, Robert K. (1990). A hombros de gigantes. Edicions 62. ISBN 978-84-297-3021-0.
Merton, Robert K. (1977). Sociología de la ciencia. Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-2985-8.
Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_K._Merton"
Categorías: Nacidos en 1910 Fallecidos en 2003 Futurólogos National Medal of Science Sociólogos de Estados Unidos




De Wikipedia, la enciclopedia libre




Teoría y estructura social

Sobre la historia y sistemática de la teoría sociológica.
El sociólogo Robert K. Merton propone una distinción entre historiadores de la ciencia y sociólogos propiamente dichos. Achaca a algunos de estos una estrechez de miras que les lleva a ver la historia sociológica como la mera suma de grandes teorías clásicas sin analizar cómo estas se van interconectando, ni cómo la sociedad y la historia han influido en ellas ni el desarrollo de la sociología como ciencia a través del tiempo.




El autor encuentra escasas las explicaciones que se ofrecen de los pasos metodológicos recorridos hasta alcanzar los resultados finales; ya que se tiende a presentar las teorías como el resultado de un pulcro proceso metodológico, cuando es sabido que en la ciencia, la obtención de resultados se debe también a errores, intuiciones, casualidades y otros hechos ajenos al método. Esto conduce a una disgregación entre la sistemática y la "verdadera historia científica".
Por otra parte, Merton razona sobre al cuestión de la continuidad y discontinuidad de las teorías científicas y de la sociología en particular. En este sentido el historiador puede equivocarse en ambos sentidos, encontrando, en palabras de Merton: "continuidad de pensamiento donde no existe y no identificando la realidad donde si existe". Normalmente , se considera que la ciencia es acumulativa, por lo tanto se tiende a adoptar un modelo que implica continuidad, siendo así es lógico que varios inestigadores puedan realizar el mismo descubrimiento de modo independiente, ya que todos partirían del mismo conocimiento acumulado.
En el marco de la búsqueda de ideas que hayan influido en descubrimientos posteriores se ofrecen varias cuestiones:Redescubrimiento y predecubrimiento. Los descubrimientos independientes son aquellos que realizan dos o más científicos que desconocen los trabajos de sus colegas sobre el mismo tema. Cuando los descubrimientos se realizan espaciados en periodos de tiempo más largos, se puede hablar de los últimos como de redescubrimientos, y de los anteriores como de predescubrimientos.




Hay casos en los que es difícil hallar las identidades entre un descubrimiento y su predecesor, dificultad que se acentúa en las ciencias sociales. Pese a lo decepcionante que resulta para un investigador descubrir que otros se le han adelantado, no es escaso el número de científicos que informan de hallazgos anteriores a sus ideas, aunque también se dan casos de investigadores que ocultan estas informaciones, que solo llegan a ser conocidas por ellos o algunos colaboradores. También encontrar un predescubrimiento ha obligado a más de un científico a abandonar su línea de trabajo.
Anticipaciones y revelaciones parciales.El autor comenta la distinción que hace Kuhn entre "ciencia normal" y "revoluciones científicas". Entre dos revoluciones, la mayoría del trabajo científico se desarrolla en el marco de la ciencia normal, que aumenta su caudal de conocimiento mediante la acumulación. Ante las nuevas ideas que van surgiendo se necesitan expresiones para designar los nuevos conceptos; el lenguaje utilizado puede ser polisémico,. pudiendo llevar a una interpretación errónea de dos ideas distintas como idénticas.




En este caso, se podría tomar la idea más antigua como predecesora de la nueva sin que tengan ambas una relación estricta; se trataría entonces de una anticipación parcial. Las revelaciones son aún más ambiguas al ser simples ideas generales que no tienen el desarrollo teórico co de las ideas posteriores. La atención de ciertos historiadores de la ciencia a estos "barruntos" llevan a anunciar como predescubrimientos a oscuras formulaciones del pasado. En las ciencias sociales, la exposición de los trabajos suele adoptar el formato de ensayo, a diferencia de las ciencias naturales, en las que se opta por el artículo, modo este que se esta empezando autilizar en sociología en los últimos años.




En cualquier caso, falta en estas exposiciones información metodológica y una definición rigurosa de los conceptos y las ideas; la falta de claridad puede empujar al historiador a encontrar similitudes entre teorías presentes y pasadas en parecidos que carecen de importancia. Un análisis riguroso llevaría a estos a discriminar entre aproximaciones insustanciales y predescubrimientos que influyen en científicos posteriores para el desarrollo de sus teorías.
Merton distingue entre una identificación inmediata de anticipaciones, cuando cuando existe bastante información respecto a estas, con lo que los científicos que las conocen informan de ellas al resto de sus colegas, y la identificación retardada , que sucede cuando la primera idea ha caido en el olvido; puede ocurrir entonces que un descubrimiento conduzca a que dicha idea vuelva a salir a la luz al cabo del tiempo como precursora de este.




El hecho de que un descubrimiento haya sido olvidado puede estar relacionado con el marco histórico e intelectual en que se produjo, pudo no encajar con los paradigmas de su tiempo o con la ideología dominante. También puede haber otras razones históricas; estas relaciones deberían ser identificadas,ya que esto ayudaría a comprender su grado de similitud con un descubrimiento reciente. Sin embargo, que buscan sistemáticamente predescubrimientos, sean estos reales o no.
Adumbraciones. Asi se denomina a la búsqueda fanática de predescubrimientos; ante el más mínimo parecido de una idea antigua con una nueva.




La motivación puede obedecer a diversas causas:Primero, a la intención de demostrar que las grandes ideas ya fueron formuladas anteriormente; segundo, tambien se puede deber al etnocentrismo del autor: este intenta desacreditar cualquier idea que provenga de un investigador extranjero o de cualquier miembro de un grupo exógeno, sirviéndose para ello de supuestas anticipaciones de pensadores pertenecientes a la propia nación o al propio grupo. En tercer lugar, la enemistad con el descubridor puede hacer buscar a ciertos autores predescubrimientos de una forma indiscriminada. Según Merton, el fenómeno de la adumbración se puede expresar así:-El descubrimiento no es cierto.-Si es cierto no es nuevo-Si es cierto y nuevo, no es importante
Merton considera entre otras diferencias que exiten respecto a las ciencias naturales y las ciencias humanas la cuestión de las fuentes.




Mientras las ciencias físicas, matemáticas o biológicas aprovechan principalmente la acumulación de conocimiento de sus respectivas disciplinas, sobre todo en cuanto a sus hallazgos recientes, las humanidades recurren con frecuencia a la lectura de los clásicos. Las ciencias sociales, que se encuentran en un plano intermedio, por tanto, se encuentran con la disyuntiva de elegir entre ambos procedimientos.




El sociólogo suele mantener ante esto una actitud ambivalente; por una parte se beneficia de los últimos hallazgos teóricos y mantiene una línea de investigación empírica, por la otra convierte las obras de los clásicos en lectura obligatoria. Esta influencia se debe a que la sociología es una disciplina relativamente nueva, por ello no ha alcanzado todavía el grado de acumulación de la física, por ejemplo. Se siguen planteando en determinados casos las mismas cuestiones que preocupaban a los padres fundadores, cuestiones que no han sido aún resueltas , parece lógico pues que se revise periódicamente la obra de Marx, Durkheim, Weber u otros.




Sin embargo, no hay que entregarse a estos autores de un modo acrítico, esta es, para Merton, una forma degenerativa de abordarlos; otro error de este tipo deriva de su trivialización a causa de la reiteración de una idea.Ciertos autores optaron, en cambio, por prescindir de lectura de clásicos y contemporáneos en nombre de una "higiene cerebral". Comte y Spencer fueron practicantes de este método que consiste en no leer a otros autores para no contaminar sus propias investigaciones con las ideas de otros.
Sea como fuere, un saludable término medio es lo apropiado para abordar el estudio de los clásicos; el autor recomienda además releerlos, esto puede servir para obtener ideas nuevas que con el paso del tiempo pueden aparecer al variar









Renowned Columbia Sociologist and National Medal of Science Winner Robert K. Merton Dies at 92
By Jason Hollander
Robert K. Merton
Robert K. Merton, the esteemed Columbia University sociologist, and one of America's trailblazers in the social sciences, died Sunday, February 23rd in New York at the age of 92. Best known for founding the sociology of science and for his theoretical work analyzing social structures, particularly the intended and unintended consequences of social action, Merton became the first sociologist ever to win the National Medal of Science in 1994.
Merton, who lived in Manhattan, was an institution at Columbia, joining the faculty in 1941 and helping to build one of the most prominent sociology departments in the world through the relentless pursuit of subtle patterns in society. By concentrating on "middle range" theory -- rather than grand scale or abstract speculation -- Merton established concepts that reached into everyday life. He coined the phrase "self-fulfilling prophecy," developed the idea of role models and created, with his colleagues, the "focused interview" that was used in "focus groups" -- now a staple of contemporary business albeit a distortion of Merton's intention.
Merton generated many of his ideas through human interaction and observation. The skillful logic of his findings once inspired Eugene Garfield, an information specialist, to write, "So much of what he says is so absolutely obvious, so transparently true, that one can't imagine why no one else has bothered to point it out."
In 1942, Merton gained much attention when he described the "ethos of science," and the consequences of these values for the behavior of scientists within institutional settings. He portrayed scientists as individuals who had regular motivations, desires and fears, thus offering insight into some of the most elusive and creative minds the world has known.
Often, Merton's work had consequences that pushed beyond the walls of academia, including his study of successfully integrated communities, which helped shape the case of "Brown v. Board of Education," and led to the Supreme Court's ruling to desegregate public schools. His extraordinarily influential work on social structure and anomie built upon research on anomia by the French sociologist Emile Durkheim and sought to explain that deviance results from the existence of social structures that dangle universal goals but do not offer all members the opportunity to achieve them.
"One cannot have been in the academic world over the past several decades and not have known of the immense stature and accomplishments of Robert Merton," said President Lee C. Bollinger. "Not only did he define a field, but he also served as a model of intellectual inquiry into some of the most important questions of our time. I am deeply saddened for those at Columbia who knew him personally, and for myself and others who knew him principally through his scholarly contributions."
Columbia's Provost Jonathan R. Cole studied under Merton as a graduate student at the University in the 1960s. He remembered Merton as "a giant among social scientists" noting that if a Nobel Prize was awarded for sociology, he would have received it without question.
"Bob Merton became the leader of structural-functional analysis in sociology, and the leader of those sociologists who attempted to create social theories that could be empirically tested," Cole said. "He was an inspirational teacher and editor, and with his students, such as James S. Coleman and Seymour Martin Lipset, among many others who would become leading figures in the field, he helped to build and legitimate the field of sociology in America.
"For me, he was a model teacher and mentor, a trusted colleague, and a close friend. His death, in many ways, puts a period at the end of 20th Century sociology," said Cole.
Born in Philadelphia on July 4, 1910, Merton grew up above the small grocery store owned by his Jewish immigrant parents in the city's rundown south side neighborhood. His mother was a self-taught philosopher and encouraged him to take advantage of Philadelphia's cultural opportunities. As a child, Merton was often found reading in the Carnegie Library -- which provided better lighting than the gas lamps at home -- and enjoying the Academy of Music and the Philadelphia Museum of Art.
A student of magic, Merton changed his name at the age of 14 from Meyer R. Schkolnick to Robert Merlin. Soon convinced by friends that the surname was too imagined, he stayed with the theme of "Americanization" and changed it finally to Merton. His childhood in the South Philadelphia slums was surprisingly enchanting and would surely influence his eventual course of study. As Merton once told the New York Times, the city "provided a youngster with every sort of capital -- social capital, cultural capital, human capital, and above all, what we may call public capital -- that is, with every sort of capital except the personally financial."
He received a scholarship to attended Temple University and wandered into a sociology class purely by chance. His instant infatuation with the subject propelled him to pursue an M.A. and Ph.D. from Harvard. He became chairman of the Department of Sociology at Tulane before his 31st birthday and came to Columbia in 1941, where he taught for more than five decades. He served as associate director of the Bureau of Applied Social Research from 1942-1971, Giddings Professor of Sociology from 1963-1974 and University Professor from 1974 until his retirement in 1979.
At Columbia, he met fellow sociologist Paul Lazarsfeld, and they became lifelong friends. The pair complemented each other successfully as Merton tended towards theory and Lazarsfeld towards empiricism. In 1944, they were instrumental in establishing the Bureau of Applied Social Research, which helped enforce the link between theory and research, legitimizing the field and validating many discoveries. Research included some of the first inquiries into the impact of radio and television on the American people.
Among the studies produced at the Bureau were, "The People's Choice," which analyzed voting decisions in the 1940 Presidential campaign and, "Personal Interest," which examined the relationship between the mass media and interpersonal communication in the process of opinion leadership. The work would inspire historian Everett Rodgers to label the Bureau as the "birthplace" of mass communication research.
Merton retired from teaching in 1979 and was named Special Service Professor -- a title reserved by Columbia's Trustees for emeritus faculty who "render special service to the University." Columbia established the Robert K. Merton Professorship in the Social Sciences in 1990.
For his vast body of work and its influence, Merton became the first sociologist to receive the National Medal of Science, the nation's highest scientific honor. On being informed that he would receive the Medal of Science in a 1994 ceremony to be hosted by then-President Bill Clinton, Merton said, "I am deeply moved by this matchless honor, the more so for the peer recognition it gives the sociology of science."
The author, co-author and editor of more than 20 books and 200 scholarly articles, Merton is probably best known for his work, Social Theory and Social Structure, which has had more than 30 printings and has been translated into more than a dozen languages. Among his other seminal works are, The Sociology of Science: Theoretical and Empirical Investigations and On the Shoulders of Giants: A Shandean Postscript.
Merton is survived by his wife, sociologist Harriet Zuckerman; one son, Robert C. Merton; two daughters, Stephanie Tombrello and Vanessa Merton; nine grandchildren, and nine great-grandchildren. A memorial service will be held on Columbia's Morningside campus this Spring.
Published: Feb 25, 2003Last modified: Mar 06, 2003